I: Buenos días
La noche del 3 de septiembre de 1989 se jugaba en el Maracaná el último partido del Grupo 3 de la eliminatoria sudamericana rumbo al Mundial de Italia ’90. A Brasil le bastaba un empate, mientras que su contrincante, Chile, tenía que ganar si quería acceder a la máxima fiesta futbolera. A los cinco minutos del segundo tiempo, Careca marcó el gol que daba ventaja a los locales, y el juego se puso calientito. Sin embargo, el partido tuvo un giro inesperado cuando, veinte minutos más tarde, un cohetón lanzado por una aficionada (que luego se haría famosa en Playboy como La fogueteira, pero esa es otra historia) aparentemente alcanzó al portero chileno, Roberto “El Cóndor” Rojas. El guardameta se retorcía en el pasto junto a la bengala humeante, cubriéndose la cara con las manos, cuando sus compañeros llegaron a auxiliarlo. Como la camilla no aparecía, entre varios lo levantaron y se lo llevaron a los vestidores, entre grandes aspavientos y manifestaciones de ira. El Cóndor sangraba profusamente de la frente. Los chilenos se negaron a continuar jugando, y el partido se suspendió. Las palabras misteriosas de hoy son: autoinflicciones, sospechosismo.
II: Ay me pegaron
El teatro no duró mucho: un fotógrafo argentino dio a conocer una imagen donde se veía que la bengala había caído a un metro del guardameta, y la compañía de fuegos artificiales aclaró que su producto no podía, técnicamente, ser el responsable de la cortada sangrante que Rojas lucía en el temporal izquierdo (las bengalas queman, no tasajean). La FIFA hizo una investigación y eventualmente se descubrió la verdad: todo había sido un montaje de los chilenos, el portero se había cortado a sí mismo con un bisturí que le había proporcionado el equipo médico chileno y que él traía, literalmente, bajo la manga. El complot era en grande, y terminaron suspendidos el portero, el capitán, el seleccionador, el médico, el kinesiólogo y el utilero. Chile perdió el partido y además quedó vetado del Mundial del 94. El querer hacerse los mártires, por el miedo de enfrentar a un rival más fuerte, les salió contraproducente.
III: Mientras tanto, en la Ciudad de las Palmeras (My two cents)
Para el gobernador, el correo electrónico apócrifo del fin de semana pasado, en el que el diputado federal Arnoldo Ochoa supuestamente renunciaba a sus aspiraciones candidatescas, fue obra del PAN. Para el blanquiazul, por supuesto, se trata de fuego amigo dentro del PRI. Cada periodista también propone su teoría respecto al responsable del anónimo. Para no quedarme atrás, va mi colaboración a este bonito ambiente de sospechosismo.
Varios columnistas coinciden en señalar que quien se vio más favorecido por este ataque fue, a fin de cuentas, Arnoldo Ochoa. Pero creo que a nadie se le ha ocurrido atribuirle a él mismo el anónimo. Se pasa por alto un detalle importante y revelador: hasta el momento, el único precandidato que ha aplicado trucos sucios para su campaña en internet es el diputado Ochoa: hablamos aquí hace algunos capítulos del spam (correo no deseado) que su equipo de campaña ha estado enviando a través de una “compañía” que no existe (serviciosdecolima.com). Si el equipo del diputado Ochoa se apoya en una empresa apócrifa para conseguir de manera ilícita los correos electrónicos de (¿cientos, miles de?) colimenses, ¿no podría ese mismo equipo, vistas ya sus mañas, enviar una comunicación falsa para aparentemente atacar a su patrón, buscando a la larga su beneficio y la simpatía popular por el mártir?
No veo al diputado Ochoa en sí comandando personalmente las hordas de spammers ni dirigiendo los boletines balines, pero como ha permitido que su campaña electrónica se maneje con una ética muy dudosa, su nombre se presta para ser puesto en la mira de la sospecha. A fin de cuentas, el ganón del río revuelto parece haber sido él. En fin, arranca apenas el anecdotario cibernético de estas elecciones. La que se viene.
Estamos en la red: ernestocortes.blogspot.com (ahí tenemos el video del Cóndor y su teatro). Los leo: ernestocortes@itesm.mx.
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