Conciencia

martes, 10 de abril de 2007

Sábado 30/mar/07: La Web 2.0

I: Buenos días

Disfruto leer la sección editorial de Ecos de la Costa los domingos porque ahí escriben tres amigos cuyas colaboraciones rondan las letras, la historia y las artes, y nos ofrecen cada fin de semana un respiro y un espacio donde comparten pensamientos interesantes. Lo publicado el domingo pasado por Alberto Juárez (a quien, por cierto, tuve la fortuna de tener como maestro de Náhuatl) me llamó la atención en particular: habla sobre la escritura electrónica y de los cambios que ésta ha traído al proceso de redacción. Con la internet, dice el autor, las reglas han cambian y el impacto de un texto llega más lejos de lo que uno imagina. Las palabras misteriosas de hoy son: Información, comunicación, Web 2.0, futuro.

II: Absurdo

Cuando leí por primera vez la obra de teatro Esperando a Godot, me sorprendió encontrarme con que Samuel Beckett hacía, ya avanzada la obra, acotaciones que debieron haber ido al principio, y que a veces parecían ocurrencias de último minuto, como el hecho de que todos los personajes usan sombrero, lo cual se advierte al lector hasta la página 43 (en el texto de Les Éditions de Minuit). Al leer otras obras del irlandés, fui hallando casos similares, en los que el autor no inserta las notas en el orden en que técnicamente debiera, sino como se le van ocurriendo. Esto me llevó a un pueril ejercicio de especulación histórica del que la conclusión fue: si Samuel Beckett hubiera tenido una computadora, sus obras habrían sido diferentes. Se me ocurrió que parte de la riqueza y del absurdo de sus obras puede deberse al hecho de que las escribía a máquina, o a mano, sin la posibilidad de regresar y corregir o reescribir secciones enteras sobre el mismo papel. Aún más: si Cervantes hubiera escrito el Quijote en Word, otro gallo nos cantara.

III: El hipertexto

La aparición de los procesadores de texto trajo nuevas posibilidades para la escritura. El texto dejó de ser lineal y fijo para hacerse más flexible, movible y formateable. Con la internet, la cosa se puso aún más interesante: el texto se convirtió en hipertexto: palabras que al ser pulsadas en la pantalla por el puntero de un mouse llevan a otros textos, alojados en otras páginas, en otros países. Las referencias se cruzan más fácilmente, la información parece haber encontrado su vehículo ideal.

Ahora se está hablando de la Web 2.0, una nueva versión de la internet en la que la organización de la información y el rol del usuario evolucionan: el cibernauta contribuye al crecimiento de la red y aporta cada vez más datos: fotos, videos, blogs (y mucha basura, también), a la vez que en lo técnico se desarrollan métodos para una mejor organización de la información en la red, que a estas alturas es un mar de confusión en el que cada vez es más difícil encontrar directamente lo que buscamos sin toparnos antes con mucha información inútil o erróneamente clasificada con la trampa secreta de vendernos algo.

IV: El futuro

Los más entusiastas ven en la Web 2.0 el medio ideal para la sociedad global. Muchos piensan que ahora sí, la democratización de la comunicación va a permitir a las minorías y a los disidentes hacer oír su voz. Sin embargo, olvidan, o ignoran, que cuando el telégrafo apareció hubo quien dijo “ahora el gobierno no nos va a poder mentir, porque con el telégrafo siempre se podrá transmitir la verdad”. A treinta años de su invención, dos compañías controlaban el sistema de telégrafos de todo el mundo, incluyendo los cables transoceánicos. Con la internet está pasando lo mismo: nos encontramos en una etapa inicial en la que parece que todos tenemos los mismos ciberderechos y que la democracia comunicativa llegó para quedarse. Sin embargo, detrás de la aparente bondad del condecorado y medallicaído Bill Gates hay empresas muy poderosas reuniendo toda clase de información privada, que va desde saber nuestros nombres y preferencias comerciales hasta la localización de nuestra casa vía satélite. Los gobiernos y las empresas particulares cada vez almacenan más información: en Estados Unidos, en 2005, IBM lanzó una campaña para recolectar ADN de ciudadanos, y hubo 150 mil que respondieron al llamado, pagando, además, 100 dólares cada uno por entregar su información genética –lo más privado de entre lo privado- al gigante de la información. Todo esto lleva a un mejor control corporativo del individuo, en el futuro no muy lejano. El síndrome de Estocolmo se cierne sobre las sociedades modernas.

Los conceptos de privacidad, identidad, relaciones humanas y gobernancia, entre muchos otros, están cambiando. Hay que utilizar inteligentemente las tecnologías de información y, dentro de nuestra competencia y capacidad, moldearlas para democratizar la comunicación y el acceso al conocimiento, y garantizar nuestra seguridad y nuestros derechos humanos, que adquieren otra dimensión en este siglo.

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