Conciencia

sábado, 28 de abril de 2007

Jueves 26/abr/07: Legalizaciones II

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I: Buenos días

A dos cuadras de haberse bajado del tren en Ámsterdam, uno es abordado por un tipo que pasa caminando como si nada y murmura “cocacocacocacoca” y lo mira a uno de reojo mientras continúa caminando, casual pero atento a la reacción. Más adelante otro se atraviesa en el camino y, a manera de disculpa, voltea y dice “extaextaexta” y luego sigue su camino, para voltear cinco pasos después y averiguar si uno lo está siguiendo. Tres cuadras después, un tipo malencarado recargado en la esquina de un callejón susurra “acidacidacidacid”. Las palabras misteriosas de hoy son: El caso Holanda.

II: información y leyes

En su edición de mayo de 2004, el American Journal of Public Health publicó una investigación de los doctores Craig Reinarman (Departamento de Sociología, Universidad de California), Peter D. A. Cohen y Hendrien L. Kaal (ámbos del Centro de Investigación de Drogas, Universidad de Ámsterdam). En este documento, los investigadores presentaban los resultados de un estudio comparativo sobre droga y leyes entre las ciudades de Ámsterdam y San Francisco, concluyendo que no hay evidencia que sustente la afirmación de que la criminalización reduce, o que la descriminalización aumenta, el uso de drogas.

Esto lo sabían o lo intuían los legisladores holandeses que, casi tres décadas antes, introdujeron reformas a la ley que dieron paso a una política de, primero, tolerancia hacia el uso de drogas blandas y, después, la legalización total de las mismas. La clave estuvo en la información científica y en la diferenciación entre dos categorías de estupefacientes: los que producen adicción física, conocidos como drogas duras (cocaína, heroína, anfetaminas…) y los que no producen adicción física, o drogas blandas (marihuana, peyote, hongos…). Las primeras estaban causando (siguen causando) problemas a la sociedad holandesa. Las segundas, consideraron, no representaban un peligro en términos de salud pública, y su uso podía legalizarse y, hasta cierto punto, controlarse. 1976 señaló el inicio de este nuevo marco legal. Hace 31 años, los holandeses hicieron lo que hoy en día está asustando a algunos mexicanos: la legalización de las drogas blandas y la disminución de problemas causados tanto por los usuarios como por los distribuidores.

Con todo, el problema está lejos de haberse terminado, y el sistema holandés dista de ser perfecto. Las drogas duras abundan en Holanda, y son ofrecidas todo el tiempo en la calle por vendedores de aspecto turbio. El gobierno holandés ofrece al visitante una guía turística donde en el apartado “Drogas” advierte sobre los peligros de adquirir drogas fuera de los establecimientos autorizados: ni la calidad ni la autenticidad de la droga está garantizada, y esos contactos generalmente llevan al turista a un asalto o, en el “mejor” de los casos, a una venta que puede terminar en arresto.

La proliferación de las drogas duras es un flagelo que existe en todo el planeta, principalmente en los países de primer mundo, aunque últimamente los que eran considerados países “de paso” se están convirtiendo también en consumidores. Este es un problema complejo y en el que intervienen muchísimos factores, que van de lo familiar a lo social, y cuyo combate no comienza con matar a los que la venden, sino con ayudar a los que la consumen y educar a los que la podrían consumir.

A pesar del fracaso parcial en su combate a las drogas, ni en Holanda, ni en Portugal se escuchan noticias de diez policías asesinados por el narco cada día, como en México. Los muertos los estamos poniendo nosotros, y los avances no se ven: lo único que remonta imparable es la gráfica de los ejecutados. A problemas tan graves como los causados por los cárteles de la droga en nuestro país, es necesario enfrentar una estrategia diferente. Décadas de lo mismo han demostrado que el combate a balas es una bravuconería fútil. De Caro Quintero al Chapo Guzmán la cosa no ha hecho más que ponerse peor, así que la respuesta debe de estar por otro lado. ¿Estará considerando Calderón las repercusiones sociales e históricas que una cultura de violencia representa? Ya nos estamos acostumbrando a los muertos diarios, y eso no puede ser bueno. Urge un cambio de estrategia, y ésta puede ser una nueva legislación, pensada, coherente, científica, acorde a los tiempos y a las circunstancias. Los prejuicios y los arropamientos moralistas no pueden seguir bloqueando las posibilidades sociales.

Más allá de si se legalizan o no algunas drogas, el gobierno debe comenzar a considerar que es más redituable para la sociedad darle un libro a un adolescente que matar a un narcotraficante. No hay que parar la lucha, pero sí hay que orientarla por otro rumbo.

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