El vuelo del colibrí
Ernesto Cortés
“¿Por qué a mi?”, dijo Terrence McKenna cuando los médicos le informaron que tenía glioblastoma multiforme, una forma especialmente agresiva de cáncer en el cerebro. “Nunca he ganado un premio en una rifa, ¿por qué ahora me gano esto?” Era irónico: Terrence había pasado 53 años explorando sus lóbulos, exprimiendo sus capacidades y utilizándolo para despertar el de otras personas. Ahora, le quedaban seis meses de vida por causa de ese mismo cerebro.
La semana pasada se cumplió el séptimo aniversario luctuoso del filósofo y botanista norteamericano Terrence McKenna. Aunque en vida McKenna no fue muy conocido a un nivel de cultura popular, en algunos campos su legado constituye una obra monstruosa que resuma inteligencia, innovación, pasión y una peculiar vena de especulación creativa que amplió los campos de lo explorable y formuló una visión más completa (y compleja) del hombre en el universo.
Tal vez McKenna es más conocido por haber sido el iniciador de la especulación sobre lo que supuestamente sucederá en diciembre del 2012 (coincidiendo con el fin del calendario maya), a través de su Teoría de
La mente de McKenna podía concebir conceptos especialmente abstractos, complejos o incluso absurdos, pero su maestría sobre la palabra y su capacidad de hablar con imágenes poderosas sobre temas aparentemente etéreos e inefables lo convirtieron en un gurú New Age en los 90s, cuando el advenimiento de
Un gran entusiasta de
La faceta más rica de McKenna era la de orador. Poseedor de un particular don de la palabra, McKenna elaboraba un discurso sofisticado, complejo y extravagante que cautivaba a sus audiencias. En sus conferencias, McKenna tejía sobre la marcha conceptos filosóficos profundos que desarrollaba con maestría y que, al ser recitados por su voz grave y su peculiar estilo de hablar, resultaban casi hipnóticos. Su elocuencia lo llevó a convertirse en una de las voces más escuchadas en terrenos tanto científicos como místicos y New Age. A lo largo de los 90s, participó en numerosas conferencias, simposios y mesas de debate en los que compartió sus visiones sobre la humanidad y su futuro, y donde enriqueció su obra con el trabajo de otros científicos, filósofos y artistas con los que regularmente organizaba mesas de discusión o “triálogos”, como él los llamaba. Así, fue armando la trama de lo que fue su herencia en materia de filosofía, con un discurso tan innovador, profundo y consciente, que resulta intrincado y en momentos obscuro todavía, apenas a una década de su aparición. La visión de McKenna iba tan a futuro, que resultó grotesca su prematura muerte. Los últimos meses de su vida fueron especialmente ricos en cuanto a escritos filosóficos, y sellaron de manera justa, aunque apresurada, el legado de uno de los hombres más brillantes del fin de siglo XX.
1 comentario:
gracias por ésta nota.
salud.
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