Conciencia

jueves, 24 de diciembre de 2009

Corriendo sin balón: Desde el Cerro a Bella Unión








Mi intención original era asistir al penúltimo partido de la temporada, en el que, se anunciaba, el Nacional podría coronarse campeón ante el Fénix, pero mi suegra y mi cuñado me convencieron de no hacerlo. La barra del Nacional, me dijeron, es una de las más violentas de Uruguay, así que ir a asomarse a un partido de ellos siempre es un riesgo, porque luego uno termina pagándola sin deberla. Tuve que conformarme con verlo en televisión, y después del partido escuchar desde lejos los cohetes de celebración cuando el árbitro pitó el final. Ninguna sorpresa: el Nacional, primero en la tabla de clasificación del Apertura 2009 uruguayo (con todo y que arrancó con tres puntos menos, por castigo), derrotó por un gol a cero al Fénix, último de la tabla, con apenas un partido ganado en todo el campeonato. El siguiente partido de Nacional, ante Cerrito el domingo por la tarde, ya fue de mero trámite, y terminó con un alegre 5 a 2 a favor del campeón, que redondeó así una excelente temporada.

Sin embargo, estando en Uruguay, cuna de los mundiales y pueblo futbolero por excelencia, no podía quedarme sin ver un partido, así que este domingo me lancé con mi cuñado a la cancha del River Plate (el de Montevideo) para ver el juego contra Wanderers, en lo que acá denominan “el clásico del Prado”, pues ambas escuadras son del mismo barrio. De ganar Wanderers, podía acceder al subcampeonato, toda vez que Liverpool y Defensor, 2º y 3º de la tabla, habían empatado, dejando abierta la posibilidad para los también llamados “Bohemios” o “Vagabundos”, que ocupaban el cuarto sitio de la general. El River, por su parte, llegaba como octavo del campeonato, por lo que el partido era más una cuestión de honor que de posibilidades.

Mi primera sorpresa fue el estadio. De hecho, no le llaman “estadio”, sino “parque” Saroldi. Pequeñísimo, con una capacidad incluso menor a la del Estadio Universitario de Colima, aunque con un público de lo más prendido y musical. Los aficionados del Wanderers de un lado, los del River del otro, las barras en las esquinas. Fuera de los consabidos retos verbales, el público y las barras muy decentes, hasta eso. Las ofensas son diferentes a las mexicanas: no hay “chingados”, sino “laputaqueteparió” y sus derivaciones. Todos parecen conocer al árbitro, Jorge Larrionda, de quien dicen que es el mejor árbitro del país, con gafete internacional desde 1998, y con un historial que incluye una Copa del Mundo, tres finales de Libertadores y una final de Copa Intercontinental, un Mundial Sub-20 y una Confederaciones. Parece que lo veremos en Sudáfrica.

El marcador fue abierto por Simón Vanderhoeght, del Wanderers, al minuto 17, estableciendo lo que parecía que sería un dominio de los visitantes, pero casi al finalizar el primer tiempo los números se emparejaron con una buena llegada de Juan Ferrés, que acababa de ingresar por el cuadro del River. El complemento fue un discreto pero efectivo dominio del River, que desde el minuto 4 se puso arriba con gol de Federico Puppo, para luego cerrar los caminos y de plano proponerle al rival un crucigrama que no supo resolver. Más con ganas que con técnica, los visitantes buscaron una y otra vez acercarse al arco, pero hubo un cambio en particular que le dio en la madre al planteamiento bohemio, pues sacaron al veloz Vanderhoeght para dar entrada a un patarato Julio Rodríguez, que no le hizo ningún honor al número 10 de su camiseta y que erró todas y cada una de las oportunidades que tuvo el balón en las piernas, dando pases equivocados, trompicándose solo y encarando sin creatividad a los rivales, perdiendo la pelota invariablemente y provocando el enojo del respetable, de donde salió más de un grito de “¡esto es pa’ hombres, cagón!”.

Una nota muy curiosa del partido, que no creo que tenga que ver con algo particular del futbol uruguayo, sino con una casualidad que rara vez se ve en el futbol, es que no hubo un solo fuera de lugar en el partido, ni uno. Los árbitros asistentes (“líneas”, les dicen acá) no tuvieron mucha chamba, acaso marcar faltas y alguna salida dudosa del balón, pero ni una vez tuvieron que levantar la bandera por offside, cosa que no recuerdo haber visto antes en un partido de primera división. Al final, el marcador terminó 2 a 1 a favor de los locales, y los perdedores lo asumieron con bastante dignidad. A diferencia del DF, donde un clásico local Pumas-América de final de temporada hubiera terminado en golpes y gases lacrimógenos, los aficionados del Prado se retiraron en santa paz, solo que unos más contentos que otros.

Vi muchas diferencias con el futbol de primera división que se juega en México, pero más en cuanto a infraestructura que en cuando a una distancia notable en el nivel de juego, que no se ve ni mejor ni peor que el nuestro. La diferencia (quizá exacerbada por ser una cancha y un equipo pequeños, en comparación con un Peñarol, digamos) está en las instalaciones y las formas para jugar. En el estadio no hay marcador (mucho menos una pantalla), y si había árbitro auxiliar nunca me enteré; no hay números para indicar quién sale en los cambios, ni para señalar los minutos de reposición. El árbitro no lleva botellita de pintura blanca para marcar la distancia de las barreras, ni equipo de radiocomunicación, y los directores técnicos no tienen delimitada el área en que se pueden mover. Si había asistencias médicas, tampoco lo supe, porque cuando un jugador era lastimado, nadie movía un dedo, a diferencia de México, donde para pronto entran corriendo los paramédicos o el consabido carrito ambulancia. Eso también me hizo ver otra cosa evidente: los jugadores uruguayos son menos divas que los mexicanos, porque les duele, pero se aguantan y siguen jugando, no como los nuestros, que así sea un rozón, hacen que se pare el juego y que se movilice todo el aparato de primeros auxilios.

Las diferencias de infraestructura tienen qué ver con el tamaño del país (México tiene como 30 veces la población de Uruguay) y son más o menos las esperables, considerando también la magnitud del negocio futbolero en México, donde la Federación, los clubes, las televisoras y los anunciantes son un monstruo que ya tiene bien aceitadita la máquina. Sin embargo, insisto, no hay, al menos en lo que he visto hasta hoy en el estadio y en la tele, una distancia abismal ni para un lado ni para el otro en cuanto a calidad de juego y nivel de los jugadores. Viéndolo así, es notable que el futbol uruguayo, con tan pocos lujos tecnológicos (y una estructura que, comparada con la mexicana, parece elemental) tenga el nivel que tiene. En México tenemos relumbrón, pantallas gigantes en todos los estadios, sueldos astronómicos para los jugadores (y para el Vasco Aguirre, que es de los mejores pagados del mundo), innovaciones electrónicas, cámaras phantom, medidores de velocidad, boletos con códigos de seguridad electrónicos, y, en general, juguetitos y novedades en la cancha, en la tele y en las tribunas, pero nos falta lo principal: futbol.

Tal vez por el momento la diferencia sobre el empastado con respecto a Uruguay no sea tan evidente, pero el hecho de que nuestro futbol se haya enfocado más a la periferia que a lo que sucede con los 11 de la cancha, nos puede dar una sorpresa desagradable a la hora del Mundial. Estamos a tiempo.

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