I: Buenos días
En el aeropuerto de Guadalajara, mientras hacía fila para pasar Migración, me llamó la atención un poster multicolor pegado en un pilar de esa sala: se trataba de una convocatoria de
II: Chale manito
La primera vez que estuve en Uruguay, hace diez años, cuando conocía a alguien, lo primero que me decían al saber que yo era mexicano era “ah, México, el Chavo del Ocho, Cantinflas, Pedro Infante, ¡ora manito!”. En esta ocasión, cada vez que trababa conversación con un local, me decían “ah, México, la influenza, la violencia, los narcos”. A finales de los 90s, en Latinoamérica todavía éramos referencia medio idílica, sobre todo por la influencia cultural del cine y la televisión; en estas fechas, cargamos con una colección de estigmas poco deseables.
Hace una década todavía, la imagen de México que se había construido en la trama cultural uruguaya era el recuerdo de la tierra que fue hogar para muchos exiliados. Quien más, quien menos, tiene un abuelo, un tío, un amigo de los padres que obtuvo asilo político en México en los 70s y se recuerda al gobierno y al pueblo de entonces con gratitud. Sin embargo, en diez años esa memoria ha sido opacada por el escándalo de las noticias que llegan del otrora hermano mayor: el desencanto foxista, la incompetencia calderonista, la guerra, la crisis, la enfermedad, el desorden, pará loco, de qué se trata, dicen.
III: “Las puntas de un mismo lazo”
Con todo y todo, un tema que recientemente sonó mucho en el sur y que habló a favor de la imagen de México, fue el asunto de la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo, que la asamblea legislativa del DF aprobó la semana pasada. En Uruguay, al igual que en Argentina, existe la figura de las uniones civiles, (equivalente a la sociedad de convivencia), pero hasta ahora, en ningún lugar de Latinoamérica se había aprobado una ley con los alcances jurídicos de la del DF: un matrimonio con todas las de la ley, incluyendo el derecho, hasta ahora exclusivo de las parejas heterosexuales, de adoptar (y, en el caso de las parejas de lesbianas, procrear y criar a sus propios hijos, para algo se inventaron los bancos de esperma) sin condicionantes legales sobre la patria potestad y los derechos de la familia.
En lo práctico, la existencia de la figura jurídica del matrimonio entre homosexuales beneficiará a muchas parejas que ya viven juntas y que tienen una vida hecha, hasta ahora sin papeles de por medio. Entre los beneficios están el derecho a heredar, el acceso a servicios de salud en calidad de cónyuge, la unión patrimonial para acceder a créditos bancarios y, sobre todo, el reconocimiento ante la ley de la integridad de los beneficios que da el ser ciudadan@.
En algunos sectores de México todavía hay escozor por esta medida: la fuerza retardante que la iglesia ha constituido por cinco siglos no es cosa menor, los resabios quedan. Sin embargo, dado que se trata de una cuestión jurídica, la iglesia no tiene mano en el tema; la curia sigue oponiéndose (por ahora) a darle su bendición a estas uniones en su seno, y el estado respeta esas regulaciones internas y no se mete a quererle enmendar el catecismo; ese es el tipo de distancia y respeto que deben campear entre la entidad eclesiástica y la entidad estatal. Con la aprobación del matrimonio gay, México regresa a las primeras planas del mundo hispanohablante con una buena noticia que da señal de que, dentro del desgarriate, hay fuentes de lucidez y claridad.
Este fue el episodio 402 de
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