Conciencia

sábado, 12 de setiembre de 2009

Corriendo sin balón: El juego del siglo

(Publicado originalmente en www.ColimaFutbol.com/)





Cuando, el día del padre celebrado en julio pasado, se transmitió íntegro en la televisión nacional el histórico partido Alemania – Italia del mundial de fútbol México ‘70, los que somos de una generación más para acá tuvimos la oportunidad única de apreciar cómo era el futbol de altura hace casi cuatro décadas. Sin duda alguna, fue una transmisión que nos dejó muchas enseñanzas, y que nos dio no pocas sorpresas en términos comunicativos para los que nuestro más lejano referente con los partidos televisados son las narraciones de Carlos Albert y José Ramón Fernández (en sus buenos tiempos ambos, antes de la debacle), que vistos a la distancia, eran unas discretas pero finas joyas de la crónica deportiva.

Creo que en mi caso, lo primero que me llamó la atención al ver el llamado Juego del Siglo fue el ritmo del partido. Se jugaba diferente en ese entonces, y el partido no se interrumpía tanto, porque los jugadores no estaban tan maleados y eran más futbolistas que divas: si había una falta, el afectado no hacía toda una actuación de su lastimadura, sino que se quejaba solo lo humanamente necesario, pero se reintegraba de inmediato a las acciones. Había una verdadera pasión por jugar al futbol. Aunque no soy muy afecto a las comparaciones bélicas en el deporte, me parece que entonces los 22 de la cancha se comportaban como verdaderos gladiadores, y asumían con gallardía los riesgos del juego, sobreponiéndose a todo con tal de seguir correteando la pelota para meterla en el arco contrario. Compárese al Beckenbauer de entonces, con su brazo vendado al cuerpo, jugando a pesar de una tremenda lesión, con el Beckham de hoy en día, que al primer rozón hace un sainete y se niega a seguir jugando, con todo y los millones de dólares que su equipo le paga.

Los jugadores tenían más sentido de la decencia deportiva, había vergüenza, dicho en el buen sentido. Este pundonor, en particular en el partido en cuestión, hizo que los jugadores fueran esculpiendo con finura un monumento al futbol, que alcanza su punto más elevado en los tiempos extras, cuando la pelota va y viene de portería a portería, los goles se suceden, y las emociones se desbordan, sin que ese intercambio de ataques sea sinónimo de un juego mediocre, sino reflejo de una creatividad, un talento, y una sed de gol que en nuestros tiempos es una rareza. Bien dice Eduardo Galeano que el gol es el orgasmo del futbol, y que, como éste, en la vida moderna es cada vez más escaso. Los italianos y los alemanes que firmaron ese encuentro no escatimaron en placer, ya entrados en la metáfora.

Más allá de lo futbolístico, aspecto sobre el que se podrían llenar profusas cuartillas sin acabar de hacerles justicia a los que nos regalaron esa obra de arte sobre el empastado, la retransmisión de ese partido muestra otros aspectos muy interesantes que sirven de punto de comparación entre el futbol de entonces y el que vemos hoy en día.

La tecnología aplicada al balompié es lo primero que me saltó, en dos aspectos muy particulares: por un lado, en el equipamiento del jugador en sí: el partido es pródigo en resbalones y caídas, lo cual yo, sin mayor estudio científico y de manera totalmente empírica —pero creo que no muy perdida—, atribuyo a los zapatos. Hace cuatro décadas los jugadores no llegaban a un estadio con 8 pares de zapatos para escoger, según las condiciones de la cancha (pasto corto, pasto crecido, cancha mojada, terreno sintético…), sino que se jugaba con lo que había, que no era muy avanzado en términos de ortopedia y tracción, y que, por lo tanto, no daba al jugador el agarre sobre el terreno y la seguridad que ofrece el calzado contemporáneo.

Por otra parte, el segundo aspecto de esta aplicación tecnológica tiene que ver con la transmisión televisiva. No había tantas cámaras, ni repeticiones en cámara lenta, ni ángulos para escoger, ni la raya de Cómex, ni la Phantom, ni nada: las transmisiones eran rupestres, pero por lo mismo le daban a la apreciación del partido un sentido de inmediatez y de demanda de atención al público que hemos perdido actualmente. Hoy no podemos concebir un partido sin repeticiones que nos muestren que el árbitro se equivocó, o que tal jugador se ensañó; en aquel entonces, descubrir esos detalles requería un ojo atento y, por lo tanto, se formaba a un aficionado distinto al que somos hoy.

Ya entrados en el aspecto del espectáculo televisado, ver ese partido jugado hace 39 años me hizo notar con mucha más claridad la evolución (o involución) que ha habido en la cuestión de la narración futbolística. La sobriedad, la clase, la elegancia y la educación de los narradores de esa época contrastan con la vulgaridad, la ramplonería y la ignorancia de los gritones que sufrimos hoy en las transmisiones del futbol nacional. El Perro Bermúdez por un lado, y la Cacatúa Martinoli por el otro, nos han conducido a un bajísimo nivel de discurso deportivo que, tristemente, hemos venido aceptando (porque no hay de otra) y al que hemos acabado por resignarnos, creyendo que es así como tiene que ser.

Qué diferencia hace cuarenta años, cuando se le tenía respeto al público y no se le tomaba por imbécil. Qué delicia un narrador que se atiene a lo que ve en la cancha y que no busca convertirse en el protagonista de eso que le corresponde simplemente contar. Cómo quisiera escuchar a un Luis García que no se dedicara a hacer bufonadas y que no adoptara un tono afectado en su hablar; cómo gozaría a un Alberto García Aspe que dejara los comentarios machistas en casa y se limitara a compartir su experiencia en la cancha en términos inteligentes.

Viéndolo así, a través del Juego del Siglo, en sus aspectos deportivos y comunicativos (y hasta tecnológicos, considerando la belleza del futbol roots apreciado sin tanta parafernalia), verdaderamente le doy la razón a los mayores cuando dicen que las cosas ya no son como antes, y que todo tiempo pasado fue mejor. Cómo quisiera una embarradita de ese futbol antiguo en nuestras canchas de hoy en día. Cómo me gustaría ver entrega, decencia, pundonor, sobriedad y cariño por el juego, en vez de este negocio descarado y, en algunos aspectos mediocre, en que se ha convertido el balompié que nos tocó vivir.

Este y otros artículos en: ErnestoCortes.blogspot.com. Los leo: Ernesto@CuerdaCueroyCanto.com.

1 comentario:

A i n a r a * dijo...

felicidades neto por otro premio estatal de la juventud!!!
un abrazo!!!
=D