I: Buenos días
Hace una semana, escribí en este espacio que “un partido (de fut) sin público no es partido”. Hoy quisiera reescribir esa opinión, después de jornada y media de juegos: un partido de futbol sin público es menos espectáculo, pero es en realidad más futbol. Sin ser conciente de ello, había dado cabida a la noción de que el deporte televisado es más entretenimiento atarantador que admiración de las virtudes atléticas de un grupo de invididuos que representan, en bola, una partecita de lo que uno quisiera ser. Dicho en otras palabras, qué bonito es el futbol cuando es hermoso, y el rimbombo está reducido al mínimo posible, y los 22 dentro del rectángulo verde están dedicados menos al vedetismo y más a llevar la pelotita al marco de 7.32 por 2.44. Hay que quedarnos con esa apreciación, ahora que el público regrese a los estadios, pasada la tremenda emergencia sanitaria, y recordar lo que es ver por televisión un tiro de esquina y distinguir clarito el tup del cabeceador que anota el gol, y en vez de escuchar al estadio coreando la anotación y ver al jugador haciendo piruetas y gansadas para el respetable, oír los aplausos sueltos, atestiguar las felicitaciones en cortito y sinceras, los futbolistas más humanos, el futbol más de a de veras. Las palabras misteriosas de hoy son: Das Experiment.
II: El catarrito famoso
De que el virus ahora conocido como AH1N1 existe, existe. De que lo están usando en México para fines políticos y para otras cuestiones medio ocultas en la tenebra, también. La epidemia de lo que en un principio se llamó influenza porcina ha sido muy peculiar, porque, por ejemplo, los muertos cada vez son menos. Si revisamos las primeras cifras, usadas por el gobierno mexicano para convencernos de que era imperativo encerrarnos todos en nuestras casas, dejar de trabajar y dejar de interactuar con los vecinos, veremos que las fatalidades se fueron reduciendo con el paso de los días, y lo que en un principio fue pintado como los relinchos del primer caballo apocalíptico luego fue siendo menos grave. Por qué los Estados Unidos, que tiene números alarmantes en cuanto a la cantidad de infectados, no toma —ni de lejos— medidas como las del gobierno mexicano, es una de las muchas preguntas sin respuesta clara en este panorama. Pero nos da un buen parámetro para evidenciar el turbio experimento del que estamos siendo parte.
No soy de los teóricos de la conspiración que afirman que la enfermedad no existe y que el gobierno la inventó para servir a sus propios intereses. La enfermedad existe, parece ser grave (parece), y sería imposible armar una patraña de este vuelo involucrando a los gobiernos de otros países, la Organización Mundial de la Salud y otros organismos internacionales. Ya quisiera Calderón tener el poder (y la sagacidad) para armar una telaraña de ese vuelo. La cosa no va por ahí.
El asunto es que, aprovechando el pretexto de la emergencia sanitaria, al gobierno mexicano se le ocurrió aplicar un experimento social a gran escala, metiendo miedo irracional en la gente y bombardeando al pueblo, a través de la televisión principalmente, con advertencias de muerte para separarnos, aislarnos, y recluirnos. La finalidad clara del experimento, y los beneficios que de él se obtendrán, son algo que todavía tardaremos un tiempo en discernir, pero que de seguro los adoradores de Tezcatlipoca al servicio del estado están procesando en estos momentos. Lo bueno, dentro de todo, es que en Colima no les funcionó mucho el jueguito.
III: Como dijo Abelardo Ahumada, “no olvidemos que el taco también es cultura”
Ya para el fin de semana, eran muy pocos los que en Colima se creían el asunto de la emergencia y las medidas sanitarias. Para bien o para mal, la gente salió a las calles, se reunió en grupos, se olvidó de recomendaciones. La Madero lucía plena el sábado, y acaso uno de cada 300 traía cubrebocas. Por la 5 de Mayo, un grupo de vecinos rezaba un novenario, los restaurantes de los portales lucían su habitual clientela, y más al norte, la carpa de La Marina estaba a reventar. ¿Cuál influenza, cuáles medidas, cuál miedo?
Hace una semana, escribí en este espacio que “un partido (de fut) sin público no es partido”. Hoy quisiera reescribir esa opinión, después de jornada y media de juegos: un partido de futbol sin público es menos espectáculo, pero es en realidad más futbol. Sin ser conciente de ello, había dado cabida a la noción de que el deporte televisado es más entretenimiento atarantador que admiración de las virtudes atléticas de un grupo de invididuos que representan, en bola, una partecita de lo que uno quisiera ser. Dicho en otras palabras, qué bonito es el futbol cuando es hermoso, y el rimbombo está reducido al mínimo posible, y los 22 dentro del rectángulo verde están dedicados menos al vedetismo y más a llevar la pelotita al marco de 7.32 por 2.44. Hay que quedarnos con esa apreciación, ahora que el público regrese a los estadios, pasada la tremenda emergencia sanitaria, y recordar lo que es ver por televisión un tiro de esquina y distinguir clarito el tup del cabeceador que anota el gol, y en vez de escuchar al estadio coreando la anotación y ver al jugador haciendo piruetas y gansadas para el respetable, oír los aplausos sueltos, atestiguar las felicitaciones en cortito y sinceras, los futbolistas más humanos, el futbol más de a de veras. Las palabras misteriosas de hoy son: Das Experiment.
II: El catarrito famoso
De que el virus ahora conocido como AH1N1 existe, existe. De que lo están usando en México para fines políticos y para otras cuestiones medio ocultas en la tenebra, también. La epidemia de lo que en un principio se llamó influenza porcina ha sido muy peculiar, porque, por ejemplo, los muertos cada vez son menos. Si revisamos las primeras cifras, usadas por el gobierno mexicano para convencernos de que era imperativo encerrarnos todos en nuestras casas, dejar de trabajar y dejar de interactuar con los vecinos, veremos que las fatalidades se fueron reduciendo con el paso de los días, y lo que en un principio fue pintado como los relinchos del primer caballo apocalíptico luego fue siendo menos grave. Por qué los Estados Unidos, que tiene números alarmantes en cuanto a la cantidad de infectados, no toma —ni de lejos— medidas como las del gobierno mexicano, es una de las muchas preguntas sin respuesta clara en este panorama. Pero nos da un buen parámetro para evidenciar el turbio experimento del que estamos siendo parte.
No soy de los teóricos de la conspiración que afirman que la enfermedad no existe y que el gobierno la inventó para servir a sus propios intereses. La enfermedad existe, parece ser grave (parece), y sería imposible armar una patraña de este vuelo involucrando a los gobiernos de otros países, la Organización Mundial de la Salud y otros organismos internacionales. Ya quisiera Calderón tener el poder (y la sagacidad) para armar una telaraña de ese vuelo. La cosa no va por ahí.
El asunto es que, aprovechando el pretexto de la emergencia sanitaria, al gobierno mexicano se le ocurrió aplicar un experimento social a gran escala, metiendo miedo irracional en la gente y bombardeando al pueblo, a través de la televisión principalmente, con advertencias de muerte para separarnos, aislarnos, y recluirnos. La finalidad clara del experimento, y los beneficios que de él se obtendrán, son algo que todavía tardaremos un tiempo en discernir, pero que de seguro los adoradores de Tezcatlipoca al servicio del estado están procesando en estos momentos. Lo bueno, dentro de todo, es que en Colima no les funcionó mucho el jueguito.
III: Como dijo Abelardo Ahumada, “no olvidemos que el taco también es cultura”
Ya para el fin de semana, eran muy pocos los que en Colima se creían el asunto de la emergencia y las medidas sanitarias. Para bien o para mal, la gente salió a las calles, se reunió en grupos, se olvidó de recomendaciones. La Madero lucía plena el sábado, y acaso uno de cada 300 traía cubrebocas. Por la 5 de Mayo, un grupo de vecinos rezaba un novenario, los restaurantes de los portales lucían su habitual clientela, y más al norte, la carpa de La Marina estaba a reventar. ¿Cuál influenza, cuáles medidas, cuál miedo?
Yo, que me había abstenido de comer carne de cerdo por más de una semana, me fui a comer unos tacos al Jardín Núñez. Pobres chanchos, hay que reivindicarlos.
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