I: Buenos días
Maurice Wilson salió de la Primera Guerra Mundial con grado de teniente segundo del Ejército de Su Majestad y con heridas de las que nunca se recuperaría plenamente. Los siguientes diez años de su vida estuvieron marcados por enfermedades físicas y mentales, depresión post-guerra y un cambiar constante de residencia. Sin embargo, en 1932 “algo” sucedió en su vida que abruptamente cortó de tajo sus enfermedades y le trajo bienestar: Wilson aseguró que un misterioso individuo le había pasado una receta milagrosa: una combinación de ayuno y fe en Dios podía curar cualquier enfermedad, incluso aquellas consideradas incurables por la medicina de la época. Con el entusiasmo característico de los neoconversos, Wilson se dispuso a promover el método de sanación. Para llamar la atención del mundo, tramó un plan infalible: volaría de Inglaterra a Nepal, estrellaría su aeroplano en las alturas del Everest y de ahí procedería a la cima a pie. El hecho de que no supiera nada de aviación, y mucho menos de alpinismo, no le parecían mayor obstáculo. Las palabras misteriosas de hoy son: historias del Everest, capítulo 3.
II: Locuras
Wilson adquirió un biplano Gipsy Moth, de fuselaje de madera y alas de tela, que alcanzaba una velocidad máxima de 169 km/h. Aprendió los rudimentos de aviación, y luego pasó 5 semanas caminando en las modestas colinas de Snowdonia, considerando que ese era suficiente entrenamiento para atacar la cima del Everest, que el año anterior había derrotado a la cuarta partida inglesa que intentaba escalarlo. Habiendo recibido ya considerable atención de la prensa, Wilson tuvo un accidente con su avión días antes de la fecha de partida, lo que hizo que las autoridades inglesas le prohibieran intentar el absurdo vuelo. Él no se arredró, mandó reparar la nave, y voló al Cairo, donde se enteró que en las pistas aéreas persas había un veto contra su persona. Se dirigió entonces a la isla de Bahrein, donde con engaños consiguió combustible, y de ahí se lanzó en una escapada suicida a Gwadar (hoy Pakistán) a donde llegó milagrosamente, con el marcador de gas en ceros. Voló luego a Lalbalu, India, donde las autoridades reiteraron la prohibición de surcar el espacio aéreo hindú.
Wilson vendió el aeroplano y pasó el invierno en Darjeeling, ayunando, rezando, y tratando de conseguir permiso para entrar al Tibet. Al no lograrlo, se disfrazó de monje budista, y acompañado por tres sherpas se internó ilegalmente en el Tibet el 21 de marzo de 1934, a pie, arribando al monasterio de Rongbuk (cerca de la base del Everest) cuatro semanas después. De ahí se dispuso a asaltar la montaña, solo.
III: Finales anunciados
Wilson pensaba que todo era cuestión de atravesar el glaciar Rongbuk, llegar al Collado Norte de la montaña (7020 m), y que ahí encontraría los escalones tallados en la nieve un año antes por los expedicionarios ingleses, así como las cuerdas dejadas por éstos, lo que facilitaría su ascenso. Así de grave era su ignorancia. Sin embargo, sucesivos intentos le impidieron pasar siquiera del glaciar, hasta que se hizo ayudar por los sherpas, que lo condujeron a la base del Collado. Ahí, fue primero el mal tiempo quien lo frenó, y luego una pared a 6918 m que demandaba aptitudes escaladoras que Wilson no poseía. Los sherpas renunciaron y le rogaron regresar con ellos, pero Wilson estaba decidido: o el Everest, o la muerte.
Y así fue. El 29 de mayo escribió en su diario “este día será el último esfuerzo, me siento exitoso” y partió rumbo a su destino. Al año siguiente, la expedición inglesa de Eric Shipton encontró su cuerpo congelado al pie del Collado Norte. Lo enterraron en una grieta y, según testimonio de uno de los miembros del grupo, todos levantaron sus sombreros a la vez, en señal de respeto y admiración por ese hombre loco, pero determinado, que había intentado el portento de escalar una montaña que, no lo sabían aún, resistiría 3 décadas más antes de ceder al pie del primer hombre.
Maurice Wilson salió de la Primera Guerra Mundial con grado de teniente segundo del Ejército de Su Majestad y con heridas de las que nunca se recuperaría plenamente. Los siguientes diez años de su vida estuvieron marcados por enfermedades físicas y mentales, depresión post-guerra y un cambiar constante de residencia. Sin embargo, en 1932 “algo” sucedió en su vida que abruptamente cortó de tajo sus enfermedades y le trajo bienestar: Wilson aseguró que un misterioso individuo le había pasado una receta milagrosa: una combinación de ayuno y fe en Dios podía curar cualquier enfermedad, incluso aquellas consideradas incurables por la medicina de la época. Con el entusiasmo característico de los neoconversos, Wilson se dispuso a promover el método de sanación. Para llamar la atención del mundo, tramó un plan infalible: volaría de Inglaterra a Nepal, estrellaría su aeroplano en las alturas del Everest y de ahí procedería a la cima a pie. El hecho de que no supiera nada de aviación, y mucho menos de alpinismo, no le parecían mayor obstáculo. Las palabras misteriosas de hoy son: historias del Everest, capítulo 3.
II: Locuras
Wilson adquirió un biplano Gipsy Moth, de fuselaje de madera y alas de tela, que alcanzaba una velocidad máxima de 169 km/h. Aprendió los rudimentos de aviación, y luego pasó 5 semanas caminando en las modestas colinas de Snowdonia, considerando que ese era suficiente entrenamiento para atacar la cima del Everest, que el año anterior había derrotado a la cuarta partida inglesa que intentaba escalarlo. Habiendo recibido ya considerable atención de la prensa, Wilson tuvo un accidente con su avión días antes de la fecha de partida, lo que hizo que las autoridades inglesas le prohibieran intentar el absurdo vuelo. Él no se arredró, mandó reparar la nave, y voló al Cairo, donde se enteró que en las pistas aéreas persas había un veto contra su persona. Se dirigió entonces a la isla de Bahrein, donde con engaños consiguió combustible, y de ahí se lanzó en una escapada suicida a Gwadar (hoy Pakistán) a donde llegó milagrosamente, con el marcador de gas en ceros. Voló luego a Lalbalu, India, donde las autoridades reiteraron la prohibición de surcar el espacio aéreo hindú.
Wilson vendió el aeroplano y pasó el invierno en Darjeeling, ayunando, rezando, y tratando de conseguir permiso para entrar al Tibet. Al no lograrlo, se disfrazó de monje budista, y acompañado por tres sherpas se internó ilegalmente en el Tibet el 21 de marzo de 1934, a pie, arribando al monasterio de Rongbuk (cerca de la base del Everest) cuatro semanas después. De ahí se dispuso a asaltar la montaña, solo.
III: Finales anunciados
Wilson pensaba que todo era cuestión de atravesar el glaciar Rongbuk, llegar al Collado Norte de la montaña (7020 m), y que ahí encontraría los escalones tallados en la nieve un año antes por los expedicionarios ingleses, así como las cuerdas dejadas por éstos, lo que facilitaría su ascenso. Así de grave era su ignorancia. Sin embargo, sucesivos intentos le impidieron pasar siquiera del glaciar, hasta que se hizo ayudar por los sherpas, que lo condujeron a la base del Collado. Ahí, fue primero el mal tiempo quien lo frenó, y luego una pared a 6918 m que demandaba aptitudes escaladoras que Wilson no poseía. Los sherpas renunciaron y le rogaron regresar con ellos, pero Wilson estaba decidido: o el Everest, o la muerte.
Y así fue. El 29 de mayo escribió en su diario “este día será el último esfuerzo, me siento exitoso” y partió rumbo a su destino. Al año siguiente, la expedición inglesa de Eric Shipton encontró su cuerpo congelado al pie del Collado Norte. Lo enterraron en una grieta y, según testimonio de uno de los miembros del grupo, todos levantaron sus sombreros a la vez, en señal de respeto y admiración por ese hombre loco, pero determinado, que había intentado el portento de escalar una montaña que, no lo sabían aún, resistiría 3 décadas más antes de ceder al pie del primer hombre.
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