Conciencia

sábado, 10 de octubre de 2009

Corriendo sin balón: los grandes errores



La semana pasada que mencioné el autogol que se aventó Darío Verón contra la portería de Bernal (en el Pumas-Cruz Azul, en la jornada 2) me quedé pensando en esos grandes errores que definen un partido, una temporada (como es el caso) y, en ocasiones, hasta una carrera (que esperemos no sea el caso). Aunque en el futbol soccer los autogoles no son tan raros, creo que no puedo recordar una ocasión en que un jugador haya perdido la cabeza y la dirección de tal modo que confunda su portería con la contraria y dispare de manera deliberada (aunque sí hay casos, por ejemplo, de porteros a los que el despeje de manos les sale tan mal, que el balón termina en su propia portería, por increíble que parezca). Sin embargo, haciendo memoria, y cambiando de canchas, me acordé de un par de deportistas que en su momento se convirtieron en leyendas por perder completamente la dirección del partido y jugar, sin darse cuenta, contra su propio equipo.

En el futbol americano hay dos jugadores que son recordados por haber perpetrado jugadas maravillosas por lo absurdas que resultan, analizadas ya en frío y con la perspectiva histórica. Siendo éste un deporte de contacto, suele ocurrir que los jugadores se den encontronazos tan duros, que terminan aturdidos después de la acometida, y les cuesta algunos segundos recuperar la compostura y la forma humana; sin embargo, a veces esos segundos no son permitidos por la misma dinámica del juego, y hay quienes pierden completamente el sentido de la orientación, con resultados desastrosos, y divertidísimos.

En el día de año nuevo de 1929 se jugaba el Tazón de las Rosas (Rose Bowl) entre los Amarillos del Tecnológico de Georgia y los Osos de la Universidad de California en Berkeley. Sería un oso, precisamente, el que cometería el oso que convirtió a este partido en un juego histórico. Hacia la mitad del segundo cuarto, Roy Riegels, que jugaba al centro, en la defensa californiana, recibió un fuerte golpe que lo hizo girar 180 grados sobre su propio eje, y de pronto se encontró con un balón suelto frente a él. Sin pensarlo, tomó el balón y comenzó a correr hacia las diagonales (en ese entonces todavía había diagonales en la zona de anotación), pero sin darse cuenta de que corría hacia las propias, no hacia las rivales.

Graham McNamee, un comentarista radiofónico que transmitía en vivo, comenzó a gritar “¿Qué estoy viendo? ¿Qué me está pasando? ¿Estoy loco? ¿Estoy loco? ¿Estoy loco?”, el público tampoco lo podía creer. Benny Lom, compañero de Riegels, comenzó a correr tras él, gritándole que se detuviera, pero el aturdido defensivo parecía imparable. Finalmente, en la yarda 3 de su propio terreno (después de correr 65 yardas en la dirección equivocada), Lom logró detenerlo e intentó guiarlo hacia el otro lado del campo, solo para ser tacleados de vuelta a la yarda 1 de su propio terreno por una oleada de amarillos que tampoco daban crédito a sus ojos, pero que estaban felices. Acorralados en la primera yarda de su propio terreno, los Osos quisieron despejar, pero el balón fue bloqueado y la jugada terminó en un safety que le dio 2 puntos a Georgia, puntos que resultarían definitorios en el marcador final de 8-7 con que se impusieron sobre la UCB. Irónicamente, el título de Mejor Jugador del Partido le fue otorgado, de manera retroactiva (en 1953), a Benny Lom.

El ridículo cayó sobre Riegels, que sería, por muchos años, el portador del dudoso honor de ser considerado como el jugador que había cometido el más grande error en la historia de ese deporte. En 1964, sin embargo, su oso sería superado por Jim Marshall, que con los Vikingos de Minnesota, jugando contra los 49es de San Francisco, recuperó un balón suelto y corrió 66 yardas hasta su propia zona de anotación, provocando un safety cuando el ovoide salió de la cancha al celebrar él su “hazaña”. Por fortuna para Marshall, esos dos puntos para San Francisco no fueron mortales, pues el juego terminó 27-22 para los Vikingos, en parte gracias a otro balón suelto provocado, precisamente por Jim Marshall.

Marshall cuenta que recibió una carta de Roy Riegels después del incidente. La carta decía “Bienvenido al club”.

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