Conciencia

domingo, 16 de setiembre de 2007

Sábado 15/sep/07: Recordando a don Teo

I: Buenos días
Tengo en mi casa El libro negro, de Giovanni Papini, que perteneció a don Teo. Lo recuerdo como un hombre de apariencia frágil, encorvado, la cara angulosa, envuelto en una atmósfera de alcohol, con la mirada más inteligente que he encontrado en una persona. Su saludo era firme y fuerte, su mano cálida, y sus modales de una finura que parecía fuera de lugar en esa gigantesca casa ruinosa que se caía a pedazos. Varios amigos me han escrito desde diferentes partes del mundo, apesadumbrados al enterarse de la muerte del filósofo Teodoro Ponce de León. Hoy comparto algunas de sus memorias. Las palabras misteriosas de hoy son: recordando a don Teo.

II: Escribe Diego, desde Las Vegas:
Un día entre los libros de aquí y allá salió la foto de una chava que no se veía nada mal, en blanco y negro, y pues le pregunté al Profe que quién era. Me dijo: “se llama Gloria”. Se me hizo muy loco porque pues yo no le conocía novia alguna, a no ser por una maestra que lo visitaba. Así que se me ocurrió preguntarle por el paradero de esa chava, y me contó que era el amor de su vida, fue la morra con la que andaba en España. Un día se enfermo su madre, y pues él ya tenia 15 años en Europa y le entró el remordimiento por no haber estado con su familia por tanto tiempo así que le propuso a la morra que se vinieran a Colima a vivir, y ella no quiso, así que don Teodoro terminó con ella y se vino a vivir a Colima. Se murió su mamá y luego su papá. Sus hermanos y él no se hablaban, sólo tenía relación con su sobrino Pablito, que lo iba a visitar de vez en cuando. Varios amigos jóvenes y la decena de profesores y personajes de aquí y allá eran los únicos que lo visitaban.

Cómo olvidar que lo iba a ver diario después de la escuela. Íbamos a su casa con otro amigo, le barríamos y le trapeábamos y le hacíamos algún mandado, que por lo general era ir a comprar el alcohol o las chelas. Luego volvíamos a su cuarto a escuchar las platicas entre sus amigos y él, la neta eran bien ocurrentes y uno se enteraba de cómo eran algunos personajes de Colima años atrás. Es interesante la historia de Colima. También era clásico que llegábamos a su casa y ahí estaba el pintor Gil Garea con una plática que habían empezado la noche anterior. Eso paso muchísimas veces.

Acepto que le robé un par de libros porque no me los quería prestar y yo sabía que no los iba a volver a leer.

Una vez estábamos sentados con él un grupo de amigos y pues entre la plática le pregunté “oiga Profe, ¿usted por qué toma diario?”, y me dijo que porque se quería morir. Recuerdo que era la ultima respuesta que esperaba, y de ahí nació en mí la curiosidad por buscar aquello que no le gustaba de la vida, qué lo hacia desear morir. Era, la verdad, todo un personaje.

III: Escribe David, desde Santiago de Chile
El viejo era muy, muy, muy amable. "Sientate donde puedas, donde te dejen lugar estos cabrones. A ver tú, hazle un campito, mira, quita esos discos del sillón y ponlos por allá, siéntate mijo, ¿quieres un chango? (mezcal tonayan con coca) zaz, sirvete, dame un cigarro. Gracias. ¿De donde eres? ¿De quién eres hijo? ¿Dónde estudias? bla bla bla”. Me vio sobrio y dijo algo así como “¿ya ven, cabrones? éste es gente de bien”.

Me acuerdo que la entrada a la casa olía a orines, pero lo que más recuerdo de don Teo fue que dijo, ya en el cotorreo, cuando algunos deambulaban por la casa, viendo discos, libros, revistas, fotos, pisteando, dijo esa famosa y sobada frase cursi de: “los amigos de mis amigos son mis amigos”, y me dio la mano, un fuerte apretón de mano del ruco, para su edad, como dicen, fuerte y macizo... pero por más sobada la frase, a mi me sorprendieron los modales del señor, la educación.

Don Teo se ponía a platicar con sus amigos y alrededor se sentaba la raza a escuchar, al estilo de la escuela griega. Ellos hable y hable y nosotros escuchando, solo escuchando. Yo lo vi como el Bukowski colimense.

III: Escribe Juan Pablo, desde Buenos Aires
Tres cuartos debían ser atravesados. El primero, que daba al exterior, con la puerta emparejada, a veces detenida con el palo de una escoba, para que la banda supiera si podía pasar o no. Ése es el que olía a orines, porque no sólo la banda iba ahí, había bastantes maleantes rondando tal lugar. Otra habitación era la contigua a donde vivía el Profe, con dos camas tendidas y cosas encima, en tal estado que nadie creo debe haber osado acostarse en ellas. En la tercera vivía él, en las últimas épocas no salía de su cama, se había fracturado la cadera. Él no tenía intención de mejorar y se la pasaba ahí sentado, bebiendo y a veces pedía que le llevaran algo de comer.

El hombre era seguidor de Krishnamurti. Yo nunca le robé ningún libro, no tuve corazón. Recuerdo que el viejo me quería, y en verdad me duele no haberlo visto en muchos años. Yo pensaba que era inmortal, por eso no fui a saludarlo la última vez que estuve en Colima.

IV: Fin
Un amigo me comenta que tiene un video con una entrevista que le hizo a don Teo hace varios años, en la que habla sobre sí mismo, sobre la filosofía, sobre Dios y otras cuestiones. Va a editarlo y en su momento se hará una presentación pública del material, ya les avisaré.

Por lo pronto, y en otro orden de ideas, los invito hoy en la noche a la celebración del Grito de Independencia en el Jardín Libertad. Desde temprano habrá conciertos varios, destacando un ensamble entre banda sinfónica y mariachi interpretando piezas como el Huapango, de Pablo Moncayo. Yo voy a tocar como bajista del grupo Arterias, a eso de las 9 de la noche, por si gustan. Estamos en la red: ernestocortes.blogspot.com. El correo: ernesto@cuerdacueroycanto.com

2 comentarios:

Sergio Ursúa dijo...

Hola amigo:

También me entristece un poco saber que Don Teodoro falleció, y es que la verdad su paso en mi vida fue fugaz, pero muy enriquicedor, ya que me enseñó cosas que no quería enseñarme e hizo que la demás gente me enseñara cosas a raíz de mi amistad con él.

La verdad era todo un personaje y que pena que se va, pero así es la vida.

Ya te contaré de mis anécdotas con él.

P.D. Se puiede pegar una entrada de un blog en otro blog, a manera de "vale la pena que lena esto?"

Saludos.

Manuel García-Castellón dijo...

Conocí a Teodoro Ponce de León en Madrid, entre 1968 y 1972, si mal no recuerdo. Vivíamos ambos en modestos cuartos contiguos, en un inmueble de la Calle Calatrava 25, cerca de la Iglesia de La Paloma. Yo era entonces estudiante de Teología en la Facultad Protestante, que estaba en el mismo edificio. Teo tenía excelente humor crítico, y no poco sentido estético. Sabía mucho de música clásica y de directores de orquesta; le encantaba Sviatovslavsk Richter.
A Teo le gustaba leer el libro de Salomón Reinach "Historia de las religiones." Una vez, en 1971, un sacerdote amigo suyo--Carlos Castro Cubells--que era conocido por su labor ecuménica--invitó a Teo a leer una breve ponencia en el ámbito de una conferencia titulada "Historia de las Religiones." Participaba el obispo anglicano de Madrid Ramón Taibo. Se celebró en un Colegio Mayor y al día siguiente el diario ABC recogió escuetamente la noticia. Ésa fue todas la labor cultural que le conocí; si hizo algo más de eso en España o en México, lo ignoro.
Teo era simpático, bien vestido, correctísimo en el relacionarse, todo un aristócrata indiano. Un día vino de Colima un hermano suyo a visitarlo a la Corte; creo que el chaval --y sus papás, imagino-- se inquietaban por las andanzas de Teo en España; es decir, que pasaban los años y que, al parecer, el buen hombre no se graduaba de nada. De hecho, yo nunca pude saber si jamás estuvo matriculado en alguna Facultad. Los libros de Teo eran sobre Mme. Blavatsky, teosofías y otros espiritismos, religiones orientales... cosas así, que a mí me parecían abstrusa pseudo-ciencia. Un día me regaló un Tao-te-King, recuerdo. A mí, él no me clasificaba como intelectal, sino más bien como algo que que los hindúes llaman "vishuda," vaya usted a saber qué es eso. También me llamaba "joven ilustre," y sospecho que se reía un poco de mí, con no poca condescendencia (me llevaba unos diez años).
Aun locuaz, Teo no dejaba ver mucho de sí; misteriosamente, salía de casa cada anochecer y no volvía hasta las ocho o nueve de la mañana siguiente, y así fue por todo el tiempo que lo conocí. Imagino que era el bohemio por excelencia. Un día me admitió a una reunión de amigos suyos, y eran todos tan singulares como él; pero ciertamente gentilísimos y muy señores.
La impresión que me ha dado verlo ahora en Youtube ha sido conmovedora. Teo, te saludo en tu eternidad, desde la nostalgia y la más feliz de las memorias. Hoy, yo vivo en EE. UU.; si hubiera sabido que estabas de vuelta en tu ciudad natal, en el país vecino, habría ido a visitarte, y habríamos rememorado aquellos años, pero ya no estás en este mundo. Prez y gloria.

Manolo G. C.
Nueva Orleans, EE.UU.
mgarciac@uno.edu