Conciencia

miércoles, 12 de setiembre de 2007

La crónica de Dawson College, versión completa

Escrito en Montréal el 14 de septiembre del año 2006

Son las 12:35 del día. Hace frío y los nubarrones que cubren por completo el cielo de Montréal presagian lluvia. Kimveer Gill, de 25 anos, originario de Laval, Québec, sale de su auto, un Pontiac Sunfire, y abre la cajuela. Gill esta vestido enteramente de negro, usa botas altas y un corte de pelo à la mohawk que, añadidos a su 1.80 de estatura, le dan un aspecto impresionante. De la cajuela saca una carabina semiautomática 9 mm, una pistola 45 mm, y una bolsa conteniendo un fusil calibre 12 mm capaz de disparar 4 balas a cada tiro del gatillo. Cierra la cajuela y se enfila a la entrada de la escuela frente a la cual se acaba de estacionar. Le quedan 20 minutos de vida.

El Dawson College se encuentra entre las calles Maisonneuve y Sherbrooke, en el corazón de Montréal, en la zona de los rascacielos, los bufetes de abogados, las oficinas de transnacionales, el dinero. Es una escuela anglófona con una población de 10,000 alumnos, que recién volvieron a clases la semana pasada. Los estudiantes que se encuentran afuera del edificio, fumando, ven a Kimveer Gill caminar hacia ellos empuñando un arma de grosor tan descomunal y de aspecto tan irreal, que la primera impresión es que se trata de un actor que esta participando en el rodaje de una película. Las armas no son algo que se vean comúnmente en Canadá, menos en Québec, de manera que la idea de que una persona pueda entrar armada hasta los dientes a una escuela no suena plausible. Esto no es Columbine, no estamos en Estados Unidos. Gill se encarga de disipar esta impresión cuando comienza a disparar hacia los estudiantes de manera metódica, el rostro sin expresión, sin perder la calma, sin gritar, fríamente. La gente corre a refugiarse dentro de la escuela. El atacante los sigue.

Los policías tardan solo 3 minutos en llegar y entrar en acción. Hace 17 años había ocurrido algo similar, cuando un hombre armado mató 14 estudiantes del Politécnico. En aquella ocasión la policía solamente acordono el área y espero refuerzos, mientras el tirador controlaba el interior de la escuela. Esta vez no es así. Los primeros dos policías que llegan al lugar entran inmediatamente a la escuela y comienza la caza del cazador. Dentro de la escuela, Gill se dirige a la cafetería, donde dispara al azar sobre los estudiantes corren. Una chica en particular capta la atención del tirador, quien dispara nueve veces sobre ella. Es Anastasia de Sousa, tenía 18 años y acababa de entrar a la universidad. Alrededor, todo es confusión y carreras desesperadas, alumnos que corren a refugiarse en los salones y que hacen barricadas con todos los muebles que pueden, gente llamando al 911 desde sus celulares, gritos de « get out, get out ». Los policías llegan a la cafetería, donde Gill tiene a dos hombres tomados como rehenes. Todo ocurre a velocidad de bala: el atacante es herido en un brazo, y al darse cuenta de que va a ser copado por la policía, saca su pistola calibre .45 y se da un disparo en la cabeza. Los oficiales corren a tratar de reanimarlo, pero es en vano. Inmediatamente cargan el cuerpo en vilo y lo sacan de la escuela, ante el temor de que tenga una bomba. Desde su oficina en el 12o piso del edificio de enfrente, el presidente de la empresa Strategie Marketing toma la fotografía de un hombre vestido de negro con la cabeza destrozada en medio de un charco de sangre. Es el horror con el que despertara la ciudad el día de hoy. Comienza a llover sobre Montreal.

La noticia me alcanza camino al teatro, en un restaurante mexicano. Los detalles son todavía confusos, pero el dolor es inmediato. “Esto no puede estar pasando, no en Montréal”, me digo, y sé que es la misma sensación de toda la gente alrededor. Hace pocos días, escribiendo a unos amigos, había dicho que “Montreal es como New York, pero sin la contaminación, sin la discriminación y sin el miedo”. Hoy me entristece no poder decir lo mismo. Hoy sobre la ciudad se cierne el fantasma del temor, de la inseguridad, del dolor.


Kimveer Gill dejo mucho material personal tras de si. Gracias a su pagina web, hoy se tiene mas o menos un perfil de su personalidad y se tienen algunas pistas de por que hizo lo que hizo. Era aficionado a la musica gotica y a la cultura que la rodea. En algunas fotos se puede ver que en su cuarto tiene posters de varias bandas de metal y de Marilyn Manson. Eso me llevo a una reflexion : Cuando el cineasta Michael Moore entrevisto a Marilyn Manson y le pregunto que qué opinaba de que se le senalara como el culpable de la violencia en las escuelas de Estados Unidos, el cantante dijo « Yo no he matado a nadie, pero Bill Clinton esta ordenando bombardeos cada dia, y nadie culpa a Bill Clinton de la violencia que ocurre en EU ». Casi olvido que estoy viviendo en un pais en guerra, y que la aparente paz que vivimos en Montreal no puede mantenerse ajena a lo que Ottawa esta haciendo en Afganistan. Stephen Harper se mantiene empecinado en enviar soldados a pelear una guerra que nadie entiende y que nadie apoya aqui. La semana pasada regresaron los cuerpos de 4 soldados muertos por fuego amigo, y se reavivo el debate sobre el sinsentido de la intervencion canadiense en el medio oriente. El primer ministro hizo oidos sordos y el fin de semana anuncio el envio de mas tropas para seguir alimentando la maquinaria de la guerra. Ayer, uno de sus gobernados siguio el ejemplo de las armas y de la violencia absurda, con el resultado de una estudiante muerta y 20 heridos.

Hoy Montréal amanecio nublado. Hoy vivimos un dolor indecible en la ciudad.


(Publicada por primera vez en el Diario Avanzada, de la ciudad de Colima, el 15/sep/07)

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