Conciencia

sábado, 20 de febrero de 2010

CircoMaromayTiatro e01 s02: Los gusanos musicales



I: Play
Cada tanto, me sorprenden los gusanos musicales que toman por asalto mi cerebro y que se repiten y se repiten sin que resulte fácil deshacerme de ellos, que más tozudos se ponen cuando uno más trata de sacarlos de la cabeza. A veces, haciendo alguna actividad cotidiana, de pronto un ruido, una palabra particular escuchada al azar o una secuencia de sonidos ambientales que simulan notas musicales disparan una canción o un pedazo de ella que se repite y se repite en mi mente, a veces por horas, paralela a mis pensamientos y actividades funcionales. Por ejemplo, en ocasiones cuando alguien dice la palabra “revés”, me viene de inmediato la canción El reino del revés, que cantaba Chabelo, y la tonadita “vamos a ver el reino, el reino del revés” con todo y Chabelo tocando las congas, me atrapa y el estribillo se repite y se repite acompañándome durante parte del día, hasta que solito desaparece, o es reemplazado por otra canción.

En ocasiones estos gusanos son extraños, como cuando me asalta un molesto “do you believe in love alter love”, y me pregunto de dónde habrá salido si a mi ni me gusta Cher ni he seguido su carrera ni nada. He notado que la mayoría de mis virus musicales son canciones pop. No recuerdo que alguna vez mi iPod cerebral se haya puesto en modo repeat con música clásica (con una excepción: una época en que tuve un despertador que tocaba La primavera, durante el día tenía varias alucinaciones musicales con Vivaldi, pero desaparecieron cuando cambié de reloj), sino que las tonaditas que se meten sin mi permiso al cerebro son más bien canciones pop que he pescado al vuelo en una radio ajena, en la televisión de pasada, en un bar, en un evento público, por ahí.

II: Pop, Lollypop, Popcorn
El pop no es, ni de lejos, mi plato favorito a la hora de gustos auditivos, pero no dejo de reconocer el poder que tiene. Uno lo escucha en la tele, en el camión urbano, en el taxi, en la tienda –y en la casa, si uno está inclinado a tales gustos– y no hay manera de escapársele, está en todos lados, vende, prende, enamora, jala.

Una de las premisas de este género musical es el no hacer pensar mucho al escucha: son canciones facilonas, pegajosas, sin ningún reto para el cerebro. A diferencia del bossa nova o el jazz, que en sus desparpajos melódicos plantean densos crucigramas al intelecto, el pop es sencillo y libre de complicaciones. El pop pega tanto no solamente por lo bien que es vendido por las grandes corporaciones (Televisa, Myspace, Sony, Virgin…), sino también porque, en la parte de la arquitectura musical, en lo que respecta a la relación de las vibraciones hertzianas con las profundidades neuronales, el pop está hecho para que el escucha no ponga a chambear a sus lóbulos cerebrales (hablamos solamente de la parte melódica, sin considerar las letras, aunque éstas en la mayoría de las ocasiones también cumplen con la premisa).

La música es un constructo humano abstracto y autoreferenciado (es decir, el lenguaje de la música solo habla de la música misma; lo que sentimos por ella es otro boleto – hablamos de notas, no de letras) sostenido por relaciones matemáticas que pueden llegar a ser muy complejas. La relación entre cada nota de la escala musical que usamos hoy en occidente está determinada por una relación numérica particular, y culturalmente estamos desde pequeños entrenados para percibir ciertas relaciones como más armónicas que otras. Así, una secuencia de notas do-mi-sol-do tocada en el piano suena más “agradable” que una do-do#-fa#-sol, por decir algo. Este condicionamiento humano a cierta estética auditiva es lo que los productores de pop y otros géneros fácilmente digeribles usan a su favor para hacer que una canción sea exitosa comercialmente.

Por otra parte, la dificultad que plantea una secuencia de notas do-do#-fa#-sol es lo que atrae a quienes han educado a su oído (es decir, a su cerebro) para apreciar la relación matemática que existe entre esas notas, y a su resultante cociente estético. Sólo que estos últimos son una minoría en la población.

Por ponerlo en metáfora numérica (ya que estamos en eso), Alex Sinteks juega al 2 más 2 igual a 4, sin broncas y todos contentos, mientras que Stan Getz (o Bindu Gross, para usar un ejemplo más entrañable y cercano) juega a que ahí les va la raíz cuadrada del producto de b al cubo por 4ac menos dos, y ahí encuéntrenle – eso sí, cuando se le encuentra, la satisfacción estética (que, insisto, es totalmente subjetiva, porque la música no habla de sensaciones, sino de música misma) también puede ser grande, mayor a la que deja una canción con sonsonete de tres acordes.

III: Endorfinas
El misterio es ése, el del placer que da la música. Una fogata en noche fría de bosque es apreciada por el organismo por el claro beneficio que su calor da; un vaso de agua a mediodía tiene evidentes bondades para el cuerpo y por tanto es deseado y bienvenido. La música, sin embargo, no cubre ninguna necesidad biológica, y aún así los humanos la hemos convertido en parte esencial de nuestras vidas. Voluntaria o involuntariamente, cada día tenemos contactos variados con la música, y de hecho, como cultura, organizamos actividades sociales importantes alrededor de ella. Hemos perfeccionado los instrumentos para hacerla, y así hay orquestas, bandas de rock, mariachis, DJs. Con música se teje muchas veces el ceremonial del cortejo, de modo que tenemos cenas románticas con música de violín y noches disco a la que acuden las masas a cazar y desplegar comportamientos que, para un antropólogo extraterrestre no resultarían menos curiosos de lo que a nosotros nos parecen ciertas conductas chimpancés.

La música anda entre nosotros desde que en el paleolítico alguien se dio cuenta de que los troncos vaciados por termitas daban notas al ser golpeados y que un hueso de costilla hueco con agujeros laterales sonaba al ser soplado, y cambiaba de sonido al cubrir o descubrir agujeros con los dedos. De ahí en adelante

Estamos de regreso. Esta es el primer episodio de la segunda temporada de CircoMaromayTiatro. Hay más en la red: http://www.ernestocortes.com/. Los leo: Ernesto@CuerdaCueroyCanto.com

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