Conciencia

martes, 31 de julio de 2007

Bindu Gross: Jazz entre las palmeras (I)

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“Llegamos por primera vez a Colima un domingo de marzo a las 11 de la mañana. La ciudad estaba sola, no había carros en las calles. ‘Este lugar está muerto’, le dije a mi esposa. Pero luego vimos que en la gente salía con su silla afuera de sus casas, y las puertas y las ventanas siempre estaban abiertas. Entonces pensé que este era un lugar muy abierto —todavía no sabía que también son conservadores en Colima—. La primera impresión fue esa, que la gente era muy abierta. Cuando nos llevaron al museo María Ahumada de Gómez, el que está en Casa de la Cultura, yo quedé impresionado al ver los instrumentos que usaban los antiguos colimenses. Dije ‘este lugar es para mi, aquí hay música’.”

Bindu Gross llegó a Colima hace 22 años, con Beatriz, su esposa, después de haber vivido en Puerto Escondido, Tepoztlán, el DF y una larguísima lista de ciudades de Estados Unidos, camino que le fue dado recorrer gracias a la práctica de la música, y más en particular, del jazz, un estilo que lleva en la sangre y del que ha sido figura emblemática en Colima en las últimas dos décadas.

Su primer trabajo en la ciudad fue como músico en la Universidad de Colima, en donde surgió la idea de contar con un grupo de jazz, y de llevar esta música a todos los rincones del estado. “Fueron tiempos muy especiales –recuerda Bindu-, ir cargando el piano a Tepames, tocar en la plaza de Minatitlán, en los bachilleratos, la gente nunca había escuchado jazz y nos oían con mucha curiosidad”. Aunque eventualmente se separaría de la Universidad porque no estaba muy de acuerdo con las condiciones de trabajo, y además “se acabó el presupuesto para el grupo de jazz”, él dice tener en buen concepto a los rectores con los que trató: “Yo a Humberto Silva y a Fernando Moreno les tengo mucho aprecio. Si los veo, los saludo con mucho gusto, los abrazo. Ellos no saben que yo aprendí mucho de ellos, y lo importante que fue para mi la experiencia en la Universidad”.

Después, seguiría la búsqueda de manera independiente. Tocar en restaurantes, en hoteles, en bares, en fiestas, en todos los lugares donde se pudiera. Paralelamente, dar clases, actividad que continúa ejerciendo hasta la fecha. La cuestión fue que, llegado un momento, los alumnos preguntaron “¿y nosotros dónde vamos a tocar, si en Colima no hay campo de trabajo en el jazz?”, así que comenzó, junto con su esposa, a abrir espacios. “Hicimos unos carteles que decían ‘El jazz anda suelto’, y los pegábamos por todas partes, anunciando los lugares donde tocábamos a lo largo de la semana. Se trataba de abrir los lugares para el jazz, para que los muchachos pudieran tocar”. Finalmente, crearía un espacio propio: el café Uno, dos tres, que abrió sus puertas hace seis años.

Bindu, nativo de Lusby, Maryland, habla un español correcto y amable en el que asoman constantemente los colimotismos. “Algo que me gusta mucho de Colima es que la gente no está maleada. Ahorita estamos en un momento muy importante, con todo esto de la globalización y la invasión de las tendencias comerciales. Afortunadamente, en Colima la gente todavía es inocente en algunos aspectos, y eso le da un ambiente muy especial a esta ciudad. Yo pienso que Colima es el lugar perfecto para crear.”

La música se le dio a Bindu por vía familiar. Su abuelo, su padre, sus tíos, todos eran cantantes de gospel, incluso tuvo una prima que cantaba ópera. Sin embargo, cuenta, debido a las tradiciones y a la condición social y económica de la familia, que era muy acomodada, el jazz era “música diabólica”, e incluso, al principio, no sabían que Bindu ya se dedicaba a la música. “Yo le decía a mi abuelo que me iba a estudiar con mis compañeros, pero en realidad me iba a tocar. Regresaba a la 1 de la mañana y mi abuelo me preguntaba ‘¿estudiaron hasta esta hora?’ y yo le decía ‘sí abuelo, estudiamos mucho’. Pero claro, era porque yo tocaba con la banda a escondidas de mi familia. ¿El blues?, no, olvídate, el blues era la música del diablo, en la casa puro gospel”.

“Una vez fui a la casa de mi abuela materna y ella tenía un disco de Duke Ellington. Yo lo vi y me gustó mucho, primero por la portada, salía Duke muy elegante, con un traje de terciopelo, muy guapo. Me robé ese disco, lo metí en mi maleta y me lo llevé a mi casa. Esperé a que todos estuvieran dormidos y después de las 11 de la noche lo puse muy bajito, en un tocadiscos que teníamos. Empecé a escuchar y de inmediato sentí que me estaban hablando. Esa música fue una revelación, y supe que eso era lo que yo quería hacer: que el instrumento le hablara a la gente”.

Bindu estaba destinado a ser el primer senador (por el Partido Republicano) de la familia Gross. Su educación siempre apuntó hacia allá, y en la familia existía la certeza de que a él correspondería el honor de llevar el apellido al Congreso Norteamericano. Sin embargo, cuando terminó la preparatoria, en lugar de aceptar una de las becas que varias universidades le ofrecían, decidió tomarse un tiempo antes de continuar los estudios. Luego vino una invitación de un primo para ir a tocar a Nueva York, y despegó su carrera como músico. “Yo he tenido la fortuna de tocar con muchos de los músicos que admiro, como Dizzy Gillespie y Alice Coltrane. Toqué por todas partes en Estados Unidos, en todo el país prácticamente, y finalmente llegué a México, por mi esposa Beatriz”.

En la calle Basin de Nueva Orleáns, una de las más importantes de la ciudad, hay una estatua de Benito Juárez. “Yo nunca había sabido quién era, siempre me preguntaba ‘¿quién es ese hombre?’, no tenía ni idea de que era Benito Juárez, ni que era de México. Fue hasta que conocí a Beatriz, mi mujer, que supe quién había sido él y conocí sobre México”. México, según Bindu, fue un país que influyó de manera muy importante en el desarrollo de la música norteamericana, y como ejemplo, cita a Scott Joplin, autor de piezas como The entertainer (hecha famosa en la película El golpe) y Maple leaf rag. Scott Joplin, dice Gross, fue influenciado fuertemente por la música de las bandas de pueblo mexicanas. El contratiempo rítmico que a los mexicanos se les daba de manera natural fue adoptado por Joplin y se convirtió en el sello de su música, que luego, a su vez, influenciaría a otros.

Después de haber vivido en muchas ciudades, Bindu y su esposa decidieron establecerse definitivamente en Colima, donde viven actualmente, atendiendo su café en la calle Corregidora 123 (de ahí el nombre del lugar), y dando clases y conciertos. De hecho, sus conciertos siempre tienen mucho de didáctico, pues relatan historias de las canciones y de los autores, intercalando anécdotas entre tema y tema, haciendo de cada presentación una oportunidad para compartir el conocimiento.

“Yo creo que Colima es una ciudad muy afortunada. Hay músicos, actores, bailarines, pintores… hay muy buenos pintores aquí, pero desafortunadamente poca gente los conoce, poca gente aprovecha todo el movimiento artístico que hay aquí. Yo creo que tenemos la responsabilidad de compartir con la gente lo que hacemos.”

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