I: Buenos días
Vine a Querétaro por primera vez hace algunos 12 años. En aquel entonces, la llegada a esta ciudad de iglesias y fuentes formó parte de un viaje que hice acompañado del Mimo Karaz (¿se acuerdan de él? Hacía su espectáculo callejero afuera de Catedral los domingos): agarramos las guitarras y nos lanzamos a una aventura que nos llevó a recorrer varias ciudades y pueblos de Michoacán y Guanajuato, tocando en plazas y mercados para comer, durmiendo en centrales de autobuses o donde se pudiera. Terminé ese viaje muy zarandeado, pero con el descubrimiento de que la música me podía llevar a donde me lo propusiera. Esta vez es nuevamente el arte lo que me trae a Querétaro, aunque en circunstancias muy distintas. Las palabras misteriosas de hoy son: teatro, encuentros.
III: El blog deja
Hace un par de años, recibí por correo electrónico una invitación inesperada: se iba a publicar el Anuario de Teatro en los Estados, y la editora me pedía que escribiera un ensayo sobre la actividad escénica en Colima durante el 2007. Esa propuesta me abriría luego otras puertas: al año siguiente escribí otro ensayo para el Anuario 2008, y hace unos meses recibí otra invitación: los organizadores de
Así vine a dar de nuevo a Querétaro, participando en un encuentro con dramaturgos, actores, directores y críticos de varios puntos del país, reunidos para ver obras, analizarlas, presentar libros, tomar talleres, y compartir experiencias.
II: Como dijo aquél, “¿seré yo, señor?”
Hasta el momento hemos tenido tres obras tres, que nos han dejado sabores de boca particulares cada una.
“¿Seré yo, o esto es verdaderamente malo?”, me pregunté a los diez minutos de iniciada la función: el ritmo era pastoso, los actores poco convincentes, el espacio y la iluminació rígidos y sin mucha creatividad. Una hora después, veía con desesperación cómo las páginas del texto seguían girando con una lentitud de oruga, y media hora después de eso, el aplauso que se desgranó fue más de agradecimiento por haber llegado al final que de apreciación por el trabajo sobre la escena.
En gran contraste, Más pequeños que el Guggenheim, del jalapeño Alejandro Ricaño, me reconcilió con el gusto de ir al teatro, y me llevó de la carcajada reconfortante a las lágrimas de conmoción. Dos amigos vuelven después de haber fallado en su búsqueda de fortuna por las Europas, y tras diez años de no verse, se reencuentran para hacer una obra de teatro para la que contratan a dos no actores: el inculto cajero de un Oxxo y un albino que no tiene a nadie en el mundo. No solo se trata de un humor muy inteligente, sino que, haciendo gala del uso de la recursividad, se trata de una obra sobre una obra con situaciones en las que muchos nos vimos reflejados, y lleva al espectador a columpiarse en unos juegos de trapecio mentales que no solo son digeribles, sino hilarantes y, en última instancia, muy conmovedores. Al final de la obra hablé con el autor-director y le rogué que consideren llevar la obra a Colima, le dije de un festival que tenemos en octubre y que por favor mande su carpeta para que lo consideren a la hora de la selección. Dijo que órale. Ojalá.
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