Conciencia

jueves, 15 de marzo de 2007

Martes 14/mar/07: El maíz

I: Buenos días

Uno de los primeros recuerdos de mi vida es mi abuelo sembrando maíz. Andaba por los 83 años y me llevaba a sembrar con él a un terreno de la entonces periferia del entonces pequeño pueblo del sur de Jalisco donde vivíamos. De él oí por primera vez las palabras milpa, olote, jilotillo, huitlacoche, mazorca. Lejos estaba de imaginar en aquel entonces que el maíz alguna vez se vería amenazado: crecía visiblemente feliz, agradecía el agua que día a día yo le llevaba en un baldecito de mi tamaño. Antes de que en la escuela me enseñaran que de la semilla sale una planta, yo ya lo sabía, gracias al maíz. Las palabras misteriosas de hoy, las de honor, están anotadas ahí arriba.

II: Palabras

En inglés, maiz se dice corn. Pero no hay palabra para decir milpa (se tiene que decir corn plant), como tampoco la hay para decir jilotillo, huitlacoche ni olote. Ni tamal, ni mixiote ni atole ni tejuino. En inglés el maíz es un negocio, no una cultura.

En inglés, lo que importa es que el maíz crezca rápido, que resista plagas, que resista los químicos que se le ponen al maíz para resistir los químicos que se le ponen al maiz para protegerse a sí mismo. Importa que se venda bien, que se vean las mazorcas grandotas, jugosas, dorados los granos, limpios de cualquier huitlacoche. En inglés, el maíz es uno de los agronegocios más importantes, y por lo mismo, es objetivo de “mejoras” y experimentos transgénicos varios. En inglés, el dios del maíz no se llama Centéotl, como en náhuatl; en inglés, el nombre del dios es Monsanto.

III: Terminator

Pero entonces vino el hombre y su desarrollo, y creó la tecnología Terminator. En Estados Unidos se les ocurrió que para vender aún más, había que inventar una semilla de un solo uso, y lo hicieron. Entre las posibilidades de los alimentos transgénicos se encuentra la de crear un maíz cuya semilla es estéril, de manera que el campesino, para poder volver a sembrar, tiene que comprar de nuevo toda la semilla, interrumpiendo así el ciclo milenario de la separación de semilla para la siguiente cosecha.

Empezaron a exportar esa semilla y a regalarla como “ayuda humanitaria”, sobre todo en África Subsahariana. En México, compraron terrenos y los sembraron de Terminator. Cuando el pólen de estos campos contaminó los campos de los agricultores vecinos, y éstos se quejaron porque las semillas salieron estériles, los dueños de Terminator demandaron a los campesino por “robo de tecnología”. Y ganaron.

Y tan adentro se metieron, tan en la cocina, que el gobierno mexicano, a través de Alberto Cárdenas Jiménez, está insistiendo en que la solución al problema del maíz es importarlo, transgénico. Aprovechando que en menos de un año se abre el capítulo maíz del TLC, están calentando el ambiente para que la entrada de Monsanto por la puerta grande parezca algo natural, incluso necesario.

IV: Y entonces

Hay algo llamado Síndrome de Estocolmo, que en los últimos años los científicos sociales han utilizado para explicar el porqué de nuestro actuar en nuestro propio detrimento. Este síndrome describe la situación en la que el secuestrado se enamora de sus captores. Según los observadores de la realidad actual, el planeta está sumergido en este síndrome: felices compramos en Walmart que explota a los trabajadores, felices abrazamos la música extranjera en detrimento de la cultura nacional, felices dejamos que mueran las lenguas indígenas, felices seguimos tirando basura y contaminando el ambiente, felices vamos sobre las semillas transgénicas, adiós autonomía alimentaria, adiós biodiversidad.

Yo no sé hasta dónde llega la ignorancia y hasta donde la maldad, pero un gobierno que pretende que el maíz transgénico es la solución, realmente nos quiere hacer mucho daño. Estamos a meses de que se consume el gran engaño, todavía no todo está perdido para conservar la autoridad sobre lo que nos llevamos a la boca. La información y la resistencia inteligente, con sentido, es no una opción, sino una obligación.

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