Conciencia

domingo, 6 de julio de 2008

Sábado 5/jul/08: Historias Olímpicas, 4


I: Buenos días
Cuando Leni Riefenstahl fue comisionada para documentar cinematográficamente las olimpiadas de 1936, en Berlín, la instrucción de Hitler era clara: había que glorificar los logros de la Alemania nazi. Olympia, el documental resultante, fue un parteaguas en la historia del cine debido al uso de técnicas innovadoras que después se convertirían en estándares del lenguaje cinematográfico, y al mismo tiempo fue una más de las cintas propagandísticas que la actriz y directora alemana produciría para el dictador que, según contaba, estaba tan enamorado de ella que una vez la quiso besar a la fuerza. En Olympia se glorificaba a los ganadores y se hacía regodeo de la belleza humana y la perfección de los atletas de primer nivel, y aunque era una cinta oficial, Riefenstahl se dio la libertad de poner a Jesse Owens, atleta negro que echó por tierra todas las teorías de la supremacía aria, al mismo nivel que los demás ganadores. Cuando Alberto Isaac hizo su propio documental sobre las olimpiadas de México 68, su preocupación por los aspectos técnicos también fue grande, pero la visión distinta, con mucha más humanidad y sencillez. Una de las secuencias más bellas de Olimpiadas de México (nominada al Oscar en 1969) es la de la maratón: en lugar de glorificar al ganador de la prueba, Isaac muestra cómo es la llegada del corredor que quedó en último lugar: renqueando, ya de noche, un atleta solitario llega al estadio vacío, agotado, medio muerto, pero con la firme determinación de concluir la ruta de 42.195 km. Las palabras misteriosas de hoy son: Historias Olímpicas, capítulo cuatro.

II: We are the losers, my friend…
En ocasiones particulares, los perdedores de una competencia llegan a obtener más fama y fortuna que los ganadores, o al menos se roban la cámara por más rato que los atletas mejor entrenados. Vimos en el primer capítulo de estas Historias Olímpicas cómo Eric Moussambani, que apenas sabía nadar, venido de un país que nadie sabía dónde estaba (Ginea Ecuatorial) se convirtió en celebridad después de registrar el peor tiempo de la historia en los 100 metros de nado libre, en Sydney 2000. A Moussambani la prensa inglesa le dio el apodo de Eric the Eel (la Anguila) en referencia a Eddie the Eagle (el Águila), uno de los más grandes héroes olímpicos británicos.

Eddie Edwards llevaba todas las de perder como deportista: era pesado (82 kilos, más de 10 arriba del promedio), no tenía un patrocinador, y el equipo que utilizaba para su prueba, el salto en esquí, era tan inadecuado, que tenía que usar seis calcetines uno sobre el otro para que le quedaran las botas que enganchaba a los esquís. Por si eso fuera poco, Eddie tenía una aguda miopía que lo obligaba a usar lentes de fondo de botella, incluso cuando ejecutaba sus saltos en la rampa, lo que hacía que los lentes se le empañaran y que el resultado de cada salto fuera impredecible (sin embargo, hay que decirlo, Eddie nunca se partió la madre saltando, hasta eso). Como no era precisamente un dechado de habilidad en el aspecto técnico, Eddie, en vez de ejecutar saltos en posiciones aerodinámicas y elegantes, aleteaba cuando iba en el aire, tratando de mantener el equilibrio para aterrizar correctamente. Fue ese peculiar aleteo el que le ganó el mote de El Águila.

Eddie Edwards fue el único atleta que se presentó para representar a Inglaterra en salto de rampa en las olimpiadas de invierno de Calgary ’88, por lo que obtuvo el pase directo, sin tener que eliminarse con ningún compatriota: en Inglaterra ese deporte era prácticamente desconocido —como cuando México envió a las olimpiadas a un competidor de trineo que entrenaba sobre un carrito Avalancha en una cancha de básquet (¿cómo le decían? ¿El Tuercas, o algo así?). Eddie el Águila, como era de esperarse, quedó en último lugar en las dos pruebas en que participó, pero se ganó el cariño del público canadiense y regresó a Inglaterra vestido de héroe. Incluso se le mencionó individualmente en la ceremonia de clausura de las Olimpiadas, y su nombre fue coreado por los 100,000 asistentes al evento, algo que nunca en la historia había sucedido en el rígido protocolo de esas ocasiones.

Eddie Edwards canalizó muy bien su fama: hizo comerciales de televisión, asistió a infinidad de programas de entretenimiento, escribió un libro e incluso grabó una canción llamada Fly Eddie Fly (que llegó al Top 50 inglés), y luego un par de canciones en finlandés. Algunos atletas y el Comité Olímpico consideraron que era una burla para la comunidad de saltadores el hecho de que un competidor tan malo se presentara a los Juegos, de modo que se creó una regla especial (conocida ahora como La Regla de Eddie el Águila) para impedir que Edwards calificara a la siguiente justa, a celebrarse en Albertville. La misma regla impidió la calificación del inglés a las siguientes dos olimpiadas de invierno, en Lillehammer y en Nagano, aunque él lo intentó.

Las últimas noticias que se tienen de Eddie indican que se está rodando desde enero de este año una película biográfica que será protagonizada por el gran comediante Steve Coogan (related search: Coffee and Cigarettes, Night at the museum).

IV: Música, maestro
Conocí hace poco por internet a alguien que se topó en una fiesta con Eddie Edwards, en Inglaterra. Me cuenta que es un tipo muy simpático, y que a la menor provocación se pone a cantar. Dice que en esa fiesta, como todos esperaban, Eddie agarró el micrófono y dio cuenta de Mun nimeni on Eetu, la canción que lo hizo famoso en Finlandia. Cuando le preguntaron que qué decía la letra, Eddie respondió “No tengo la más remota idea, no hablo finlandés”, y se echó a reir.

En el blog hay un video brevísimo de Eddie saltando: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx.

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