Carlos Mercenario vence al "Rey" Perlov en los 50 k. 1991.
El incidente de Osaka 07: Paquillo Fernandez rebasa en los últimos 100 metros. Sería descalificado a posteriori. España reclamó, presentó el video, y comprobó que no había flotado. Le devolvieron la medalla.
I: Buenos días
Eran las olimpiadas de Moscú, en 1980. 55 países alineados con Estados Unidos habían decidido no ir, haciéndole un gran favor a México, pues retiraban de la competencia a varios rivales de peso en varias pruebas (lo cual sería bien canalizado por los hombres de a caballo y por el clavadista Carlos Girón). A los que también parecía venirles muy bien la ausencia de esos países era a los marchistas nacionales, que iniciaban la década con zancadas largas, y que llegaban a las olimpiadas precedidos por su fama, ganado a base de triunfos en todo el orbe. El talento del entrenador Jerzy Hausleber, polaco emigrado a México, había dado la nación ya dos medallistas olímpicos: el sargento José Pedraza, plata en México ‘68, y Daniel Bautista, oro en Montréal ‘76. De este último, se esperaba que repitiera en Moscú. Completaba el trío de andarines mexicanos que competiría en 20 km Raúl González (ocupando el lugar de Ernesto Canto, lesionado) y Domingo Colín. Los rivales a vencer: el italiano Maurizio Damilano y el ruso Anatoly Solomin, en ausencia del canadiense Leblanc, por ejemplo. Nadie sabía, pero se cocinaba una cochinada grande, de la que todos saldrían revueltos. Las palabras misteriosas de hoy son: historias olímpicas, capítulo siete.
III: Manos negras
Domingo Colín fue descalificado en el kilómetro 12 de la competencia, poco dice la Historia sobre su actuación en esta justa, igual que de Raúl González, a cuatro años todavía de su destino: la cosa de la Historia era con el “Negro”, con Daniel Bautista. Forward. Últimos dos kilómetros: Bautista libra una batalla con Solomin en la punta, Damilano siguiéndolos. El mexicano acelera y se va, se le escapa al soviético, enfila hacia al estadio, entra al túnel (el túnel mítico aquél)… y no sale del otro lado. Un juez polaco de apellido Kirkov, excolaborador del entrenador Hausleber, se encarga de expulsar a Bautista en lo oscurito. Hay resentimientos de por medio, de polaco a polaco. El mexicano es solamente carne de cañón.
En vista de la situación, Anatoly Solomin es, a su vez, despachado en conjunto por el juez mexicano Márquez, quien le muestra una tarjeta de amonestación, y el juez italiano Tossí, que en cosa de nada le muestra otra, la expulsatoria. Solomin llora desconsolado: no le puede pasar esto en casa. Hay resentimientos e intereses inmediatos de por medio, pero el soviético es solamente carne de cañón. Cuando Maurizio Damilano sale —él sí— del túnel, se encuentra con un estadio que le aplaude, y con una cinta de meta intacta. Damilano se quita la gorra y saluda al público mientras recorre la última recta de 100 metros. En los vestidores del estadio, Ernesto Canto y Daniel Bautista, a pesar de su propio dolor, tratan de consolar a Solomin.
II: La historia
Creo que la primera imagen olímpica que recuerdo claramente de mi vida es la de Ernesto Canto y Raúl González llegando a la meta de Los Angeles ‘84 haciendo el 1-2 en la prueba de 20 km. Era la fiesta en México. Y más lo sería cuando, una semana más tarde, González repitió podium con oro en los 50 km. Era el momento cúspide de la marcha mexicana. Cuatro años después, en Seúl, Ernesto Canto sería descalificado a 2 kilómetros de la meta por el juez alemán Kramer, quien desde los 70s se había dedicado a descalificar mexicanos en momentos cruciales. En Barcelona, sería la solitaria medalla de plata de Carlos Mercenario. En Atlanta, el bronce de Bernardo Segura. En Sydney, la plata para Noé Hernández y el bronce para Joel Sánchez (y el oro robado a Segura), en lo que pudo haber sido un repunte del dominio mexicano, pero quedó en nada, porque en Atenas regresaron con las manos vacías. Los especialistas dicen que la esperanza para México en Beijing es Eder Sánchez. Ojalá.
V: Ya con esta
Agradezco al estimado maestro Luis Bueno Sánchez por la precisión que me hizo en relación a la Columna Lítica del pasado martes: Bernardo Segura estaba hablando por teléfono con Zedillo, no con Fox, cuando fue descalificado en Sydney 2000; y Osaka está en Japón, no en China. A veces la máquina tiene bugs, ustedes disculpen.
Este fue el episodio número 200 de la Columna Lítica, salud. Estamos en la red, con videos varios de marchistas nacionales y la casi totalidad de lo que se ha publicado en
lunes, 28 de julio de 2008
Sábado 26/jul/08: Marchistas mexicanos
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Jueves 24/ago/08: Feynman, aniversarios
I: Buenos días
Le gustaba estudiar la apertura de candados, así como resolver acertijos y mensajes cifrados. Cuando fue enrolado en el más protegido y sigiloso proyecto que en la época patrocinó el gobierno de su país, disfrutaba abriendo cajas fuertes de sus colegas y robando documentos (que luego reintegraba), dejando una nota de burla. Viajaba constantemente a Brasil, donde aprendió a tocar las percusiones y donde actuaba ocasionalmente con un grupo, dicen que era buen bongocero. De las 260 personas que atestiguaron la primera explosión atómica de la historia (Nuevo México, 16/jul/1945), él fue el único que se atrevió a verla sin gafas protectoras, razonando que, a la distancia a que se encontraba, el parabrisas de un camión sería suficiente protección para los rayos ultravioleta. No se quedó ciego. Las palabras misteriosas de hoy son: vidas ejemplares, capítulo uno, primera parte; cuentas.
II: Vamos al microcosmos
Richard Feynman decía que “allá abajo”, había todo otro mundo. El acceso y el control del mundo subatómico, le parecía, planteaban posibilidades infinitas. Si se pudieran mover los átomos a placer, decía Feynman en 1959, se podrían construir máquinas de 1,000 ångström de altura (1 Å= 1×10−10 metros), y podríamos construir réplicas idénticas de esas máquinas y tener campos enteros de manufactureras en una escala a la que hablar de un centímetro resulta ridículamente grande. Feynman envisionaba un mundo donde el químico le daba una receta al físico y éste le regresaba la molécula armada. Feynman estaba proponiendo, cincuenta años antes, lo que sería luego conocida como nanotecnología. Hoy en día, si uno quisiera y tuviera el dinero para, podría mandarse hacer un letrerito con su nombre escrito en átomos de xenón ocupando una superficie de 30 ångströms. Eso, en aquel tiempo, era un sueño, una locura. Se adelantó bastante a se época. (Continuará)
III: Y contando
Será que del atletismo me quedó la manía de contar (las vueltas a la pista, los pasos, el número de kilómetros). Esta es la Columna Lítica número 199, así que en vísperas de la 200 (ahí vamo’, ahí vamo’), me permito la inmodestia. Me da gusto contar con este espacio para escribir de lo que —literalmente y fuera del contexto peyorativo— me da la gana; tener la libertad de elegir mis temas y no recibir línea ni orientación, aún cuando, por ignorancia o picardía, me meta en los pantanos inciertos de-lo-que-no-se-dice. Me alegro también de no ser un político y no tener que desperdiciar líneas preciosas (para el que está dando su tiempo en leerlas) en defenderme, atacar, recordar, amenazar o tirar simple y llana mala vibra. Prefiero diversificar la cosa, por eso aquí se ha hablado tanto de política local como del linaje de los reyes europeos (Columna Lítica 110, 111 y 112); hemos lo mismo analizado el quehacer legislativo del estado que explicado lo que es una Esfera de Dyson (98); seguimos con atención las andanzas de Karla Verónica en su búsqueda de Timbiriche de la misma manera que relatamos un encuentro con Hugo Chávez (124, 125). A lo largo de estos casi 200 episodios, la Columna Lítica ha sido enviada a la redacción del Ecos desde computadoras propias, prestadas y rentadas en cuatro países, pensando siempre en palmeras cuando se pica el botón de send.
Sí, de repente la Lítica se pone medio exótica, o de plano desconcertante, hablando de meteoritos (195), las elecciones en Timor Oriental (34), la visita de Charles de Gaulle a Montréal en 1967 (64), las leyes culturales y los privilegios fiscales de los artistas en Bélgica (41), o Pitcairn, el país menos poblado del mundo (48. Habitantes. CL 103, por cierto que ahí hay una deuda). Pero al menos saben —oh hipotéticos lectores, sombras inciertas— que tienen la seguridad de que están leyendo algo original, no generado por un títere colgado de intereses varios en cada hilo o un predadorzuelo que agandalla las notas de otros y las presenta como suyas. Aunque, bueno, en realidad, la Columna Lítica la escribe una computadora a la que un grupo de internautas le inserta datos, fotos, fechas, historias, recortes de periódico, videos y mapas. Ahora ya saben la verdad.
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sábado, 26 de julio de 2008
Martes 22/jul/08: delegaciones (versión corregida)
I: Buenos días
Durante las olimpiadas de Sydney, al presidente electo Vicente Fox se le ocurrió ir a darse una vuelta por Australia, y de pasada visitar las televisoras mexicanas para promocionar sus grandes proyectos en materia de deporte. Cuando estuvo en TvAzteca, le dijo al entonces todavía presidente de deportes de la cadena: “A ti, José Ramón, te voy a encargar que estés muy al pendiente del deporte mexicano y cada seis meses te voy a pedir que me reportes cómo van las cosas”, a lo que el comentarista, embargado por la emoción, respondió “claro que sí, será un honor, señor presidente”. Uno de los dos no hizo la tarea, porque en las siguientes olimpiadas descendió de 6 (en Sydney) a 4 el número de atletas que obtuvieron medallas, y no hubo un repunte vistoso en el deporte mexicano; al contrario, a dos ciclos olímpicos de distancia, tenemos un resultado revelador de la política foxista: México no calificó a Beijing en ningún deporte de conjunto. Las palabras misteriosas de hoy son: delegaciones olímpicas.
II: La tropa
Ya desde las olimpiadas de Atlanta, donde fue el único medallista mexicano, el marchista Bernardo Segura había bromeado: “vienen más generales que tropa en la delegación mexicana”, refiriéndose a que el grueso de la representación nacional estaba compuesta por gente de pantalón largo que no iba a competir. En una delegación de atletas que sale del país siempre es necesario contar con personal administrativo y técnico que se encargue de hacer las gestiones y desempeñar los trabajos que faciliten la actuación de los atletas. Sin embargo, la historia, y en particular el caso de Bernardo Segura, muestran que de poco sirve llevar a tanto general, en el caso de México.
Bernardo Segura estaba platicando desde Sydney por teléfono con Ernesto Zedillo, siendo felicitado por su recién ganada medalla de oro en 20 km de caminata, cuando llegó un juez a enseñarle la tarjeta de descalificación, en un hecho muy poco usual en esta prueba: ser descalificado después de terminar. No había constancia en video de haber recibido la tercera —y reglamentaria— advertencia, así que todo pintaba a un error de los jueces. Los directivos mexicanos que tenían que haber protestado ante los organizadores para recuperar la medalla (como hizo exitosamente España en Osaka ’07, devolviéndole la plata a Paquillo Fernández), prefirieron no abrir la boca, y más bien emprender una cruzada contra el marchista, acusándolo de tramposo. La razón era muy simple: el también diputado federal Bernardo Segura ya había aceptado ser el director de Deporte de Andrés Manuel López Obrador en el recientemente electo Gobierno de la Ciudad de México. No iba Mario Vázquez Raña a ayudar a un perredista, aunque estuviera en juego una medalla olímpica de oro.
Un ciclo olímpico después, en la ciudad de Atenas, no hubo un solo directivo que pudiera indicar a los competidores mexicanos de los 20 km de Marcha (Bernardo, su hermano Omar, y Noé Hernández) cómo llegar al estadio donde se realizaría la prueba, ni dónde tomar el camión, ni nada. Los tres marchistas fueron conducidos por reporteros de televisión (los únicos mexicanos a la mano) y llegaron dos horas tarde a la cita, de modo que no pudieron calentar, lo que derivó en la lesión de Bernardo, que no pudo terminar la carrera.
III: Los generales balines
De 115 atletas mexicanos que viajaron a Atenas, solamente 4 obtuvieron medallas. Nomás como referencia, de 160 cubanos que asistieron a la misma justa, 27 obtuvieron medalla. Este año, Cuba llevará a 149 atletas. México 85. Sin embargo, de México van 170 “delegados”, con todos los gastos pagados (incluidos paseo a la Gran Muralla, el Palacio de Verano, el Templo del Cielo y la Ciudad Prohibida). Entre los “delegados” están la esposa e hijos de Carlos Hermosillo, la esposa del Tibio Muñoz, el dueño de la empresa Atlética, que hace los uniformes deportivos del contingente, así como su esposa e hijos, y una larga lista de personas ajenas al evento, algunas de las cuales no tienen relación alguna con el deporte.
Recordando la historia reciente, el pretexto para la salida “digna” de Ana Guevara de las pistas (esa es oootra historia) fue el ridículo que en el Mundial de Atletismo Osaka 07 causaron los colados de la delegación mexicana: varios directivos se dedicaron a sacar fotocopias en color de los gafetes para acreditar a personas ajenas al grupo, lo que ocasionó una protesta formal del gobierno japonés, y el oso internacional de México. Ahora no sacaron fotocopias, mejor lo hicieron a la mexicana, “legalizando” la transa desde acá.
Estamos en la red (hay una invitación para un concierto semi-privado, por si gustan): ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx
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lunes, 21 de julio de 2008
Concierto
Hoy martes por la noche damos concierto con el grupo CuerdaCueroyCanto:
Guitarra: Fidel Cortés
Bajo: Ernesto Cortés
Percusión: Jonathan Medina
Flauta: José Gilberto Orozco
Café Uno, Dos, Tres.
(Corregidora 123. Centro. Colima)
8:00 PM
$30
(cupo limitado)
Guitarra: Fidel Cortés
Bajo: Ernesto Cortés
Percusión: Jonathan Medina
Flauta: José Gilberto Orozco
Café Uno, Dos, Tres.
(Corregidora 123. Centro. Colima)
8:00 PM
$30
(cupo limitado)
Sábado 19/jul/08: Humberto Mariles Cortés
I: Buenos días
La leyenda lo envuelve, y parece que de pronto la bruma del mito se sobrepone al individuo, pero eso es lo de menos. No se le pueden hacer remilgos a la biografía de un hombre que vio a Hitler encabronarse por el triunfo de Jesse Owens (en viaje patrocinado por Lázaro Cárdenas); que siendo militar desafió al presidente Miguel Alemán y se fue sin permiso a las olimpiadas; que fue recibido en Roma por el papa Pío XII (irónicamente, un 10 de mayo); que ganó la primera medalla olímpica de oro para México, montando un caballo al que le faltaba un ojo; que insultó verbalmente al presidente Ruiz Cortínes; que fue sentenciado a pasar 20 años en Lecumberri por dispararle a un automovilista en un altercado de tráfico (y matarlo, aunque el reporte oficial maquillaría muy bien todo); que cumplió solo 5, pero que terminaría sus días, inesperadamente, en la celda de una cárcel de Paris, envenenado, después de haber sido apresado en un restaurante donde compartía comida con dos narcotraficantes buscados por la policía francesa. Si Humberto Mariles Cortés no hubiera nacido, lo hubiera escrito Paco Ignacio Taibo II en una de sus novelas policíacas. Las palabras misteriosas de hoy son: historias olímpicas, capítulo cuatro.
II: Arre
No fue una, sino tres las medallas que Mariles dio a México en las olimpiadas de Londres ’48: dos de oro y una bronce, montando a su caballo Arete. El entonces Coronel del Ejército Mexicano llevaba 12 años preparando al equipo de jinetes mexicanos, y había visto cumplirse dos ciclos olímpicos sin actividad (por la Segunda Guerra Mundial), de modo que cuando Miguel Alemán le ordenó no ir a la gira europea que concluiría con la competencia en los Juegos Olímpicos, Mariles literalmente se montó en su macho, agarró y se fue: no había estado esperando todo este tiempo para que a un hombre de escritorio, por muy presidente de la República y jefe máximo del Ejército que fuera, se le ocurriera de última hora no permitirle irse a representar al país a las olimpiadas. El perdón presidencial vendría con los logros en el viejo mundo y las medallas que trajeron de regreso. Sin embargo, el temperamento del que luego fue ascendido a General le causó no pocos desencuentros a lo largo de su vida.
III: A mi nadie me grita
Cuando un borracho (dicen) se le cerró con su carro (dicen) al general Mariles, (el 14 de agosto de 1964, exactamente 16 años después del glorioso día en el podium) éste ni tardo ni perezoso sacó su pistola y le disparó al agresor, que luego resultó ser un individuo de conducta vana y carácter peligroso, padre de varias criaturas con diferentes mujeres, lacra social y otras lindezas que sacaron a relucir oportunamente los abogados del militar. Lo malo fue que al balaceado se le ocurrió morirse una semana después (de algo que no tenía nada que ver con el balazo, aseguraron los peritos), y el general se enfrentó a un juez que no se impresionó con sus medallas olímpicas, genuflexiones ante el Papa, ni ovaciones de pie en Wembley, y lo condenó a 20 años de cárcel.
Adolfo Aguilar y de Quevedo, abogado de Mariles, apeló. Dijo en su alegato que “la ley no exige, ni puede exigir, lo que es imposible para la naturaleza humana”, pues su cliente “no se educó en un colegio de monjitas” y se preguntó si los señores magistrados esperaban que Humberto Mariles interrumpiera “la reacción que de modo forzoso le produjo la provocación, la grave ofensa, la reiteración de embestida y el acoso de su atacante, para quedarse inmóvil, sereno y tranquilo; juzgan que no debió tener el ánimo conturbado y excitado, en extrema y confusa tensión, sino con mesura que permite frío y calculador raciocinio, contenerse y no usar el arma que portaba”. Para qué calientan al general, pues, si ya ven que es bien bronco, la culpa es del muerto.
IV: Finales incompletos
A su salida de la cárcel, Mariles todavía fue invitado a participar en un desfile del 20 de noviembre (en 1972), donde dicen que le aplaudieron mucho. Sin embargo, viene el giro de tuerca, pues en palabras de su hija Virginia: “Un día después, acaso dos de aquel desfile, mi padre recibió una orden del gobierno: trasladarse a París. Nunca nos dijo el motivo”. Como diría aquél, the rest is silence.
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miércoles, 16 de julio de 2008
Martes 15/jul/08: De Meteoritos
I: Buenos días
La teoría más aceptada (propuesta por Luis Walter Álvarez en 1981) indica que los dinosaurios se extinguieron por culpa de un meteorito que cayó en la tierra y que provocó tales y tan rápidos cambios en el ambiente, que los bichos no se pudieron adaptar a tiempo y murieron. Aunque hay algunos huecos en la historia, la teoría cuenta con varios cráteres candidatos a ser el cráter del meteorito en cuestión, siendo el más famoso el de Chicxulub, que se encuentra en Yucatán (180 km de diámetro), descubierto por el geofísico Glen Penfield más o menos por las mismas fechas en que la teoría se presentaba. Las palabras misteriosas de hoy son: de meteoritos.
II: Tunguska
El lago Baikal, ubicado al sur de Siberia, en la hoy República de Buryat (¿ah, verdad?) es el más profundo del mundo y el más grande en volumen: contiene un 20% del total de agua dulce sobre la superficie del planeta. Hace exactamente 100 años y 15 días, los habitantes de la región al noreste del Baikal fueron testigos de lo que —volvemos a las teorías más aceptadas— sería el primer avistamiento de un meteorito de gran tamaño caído en la Tierra, observado y registrado por humanos: una luz tan brillante como el sol recorrió el firmamento al amanecer del 30 de junio de 1908, siguiéndole un resplandor y un sonido parecido a un estallido de artillería, así como una onda de choque que derribó árboles, casas y personas, y que fue registrada por sismógrafos en Eurasia. Las nubes de polvo que se levantaron hasta la estratosfera fueron tales, que durante varias semanas las noches eran tan luminosas (por el reflejo del sol) que la gente podía leer sin usar otras fuentes de luz que el cielo. Los habitantes del pueblo de Korelina enviaron una delegación a la ciudad de Kirensk para preguntar al arcipreste si venía el fin del mundo, y cómo se estaban preparando para ello.
El ahora conocido Evento de Tunguska fue el “impacto” de un meteorito (o cometa, hay controversia) de varias decenas de metros de tamaño, que en realidad no tocó tierra, sino que explotó a algunos 8.5 kilómetros del suelo, sin dejar cráter, pero provocando una onda expansiva de fuerza tal que derribó un estimado de 80 millones de árboles en un área de 2150 kilómetros cuadrados. Este evento ha dado pie a teorías que van desde el citado bólido lítico a la colisión de un OVNI, la entrada a la Tierra de un mini-hoyo negro, el impacto de un trozo de antimateria, en fin. El filósofo y naturalista Terrence McKenna veía en Tunguska un punto pivotal para la historia de la humanidad, en el que los habitantes de una dimensión paralela realizaron un experimento para verificar que la radiación puede atravesar la barrera interdimensional, pero esa es otra historia.
III: Aguas con el meteorito
Aún y cuando cada año caen sobre el planeta algunos 500 meteoritos cuyos tamaños van desde una canica a una pelota de básquetbol, son muy pocos los que se recuperan, y muchos menos los que dejan cráter. Sin embargo, existe hoy en día un jugoso mercado de meteoritos (en serio) en el que se comercian los meteoritos que los traficantes de encuentran en los países saharianos, principalmente.
Existe un solo caso bien documentado y comprobado de una persona a la que le ha caído un meteorito: Ann Hodges estaba sesteando en el sillón de su sala, en Oak Grove, Alabama (EU), el 30 de noviembre de 1954, cuando un meteorito atravesó el techo de su casa, cayó sobre una consola de radio, la destruyó, rebotó y le pegó en un costado, dejándola feamente lastimada. Sobrevivió. El meteorito, de 3.86 kg, puede ser visto hoy en día en la Universidad de Alabama, en Tuscaloosa.
Uno de los más recientes meteoritos de gran tamaño caídos sobre la Tierra se registró el 6 de junio de 2002 en el Mar Mediterráneo, entre Libia, Creta y Siria (34°N 21°E). El objeto, de 9 metros de diámetro, se desintegró en una explosión de 26 kilotones (el doble de la de Hiroshima), sin dejar rastro físico. Si el meteorito hubiera caído unas cuantas horas antes, habría impactado la frontera de India y Pakistán, ambos países armados con bombas nucleares, que en ese entonces se encontraban en plena tensión militar. La explosión podría haber sido tomada por un ataque, y desencadenado una guerra nuclear entre estas naciones.
IV: Bara bara, lleve su meteorito
Cuestan entre 1.5 y 25,000 dólares el gramo, según lo que uno ande buscando. En el blog puse un par de links por si a alguien le interesa comprar un meteorito, o un pedazo de uno: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx
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lunes, 14 de julio de 2008
Compre su meteorito
He aquí los links para comprar meteoritos en línea. No me hago responsable de la seriedad de los anunciantes, no vaya a ser:
http://www.meteoritemarket.com/
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Martes 15/jul/08: Jefferson Pérez
I: Buenos días
La prueba de los 20 km de caminata en las olimpiadas de Atlanta ’96 fue particularmente emocionante para los mexicanos. Los tres en esa prueba se mantuvieron todo el tiempo estableciendo el ritmo de la competencia y tronando uno a uno a todos sus competidores, excepto a cuatro: tres rusos y un ecuatoriano. Hacia los últimos 5 kilómetros, Bernardo Segura y Miguel Ángel Rodríguez se lanzaron a romper el ritmo del pelotón, dejando atrás a Daniel García, pero siendo seguidos por los rusos Markov y Shchennikov, además de un discreto ecuatoriano, Jefferson Pérez, que a todos dio la sorpresa. Las palabras misteriosas de hoy son: historias olímpicas, capítulo cinco.
II: Testimonio
"Hay imágenes que a uno nunca se le borran", dice Jefferson Pérez (al Diario Hoy, de Ecuador). Cuenta que al enfilarse rumbo al estadio olímpico, en Atlanta, "de pronto se me metió el patriotismo, el ser identificado como latino, y cuando sólo había un ruso adelante del mexicano y yo, le dije ¡Vamos, vamos por América! Porque no era justo que nos ganaran en nuestro Continente" y ofreció una mano extendida al mexicano. Luego temió que el inusual gesto no fuera bien recibido: "¿Qué tal si no me da la mano? Me voy a sentir mal... Estuvimos codo a codo y él me cogió enseguida la mano y me contestó: ¡Vamos por América!". Apretaron el paso y dieron caza a Markov: "Ibamos juntos, juntos, alcanzamos al ruso y entonces a él lo descalificaron". En efecto, al pasar debajo de un puente, Miguel Ángel Rodríguez fue detenido por un juez que lo expulsó de la prueba. Jefferson aceleró aún más. El ruso nunca lo alcanzaría, y desde atrás Bernardo Segura surgiría como medallista de bronce para México, una más de la caminata. La de Pérez sería la primera medalla olímpica en la historia de Ecuador.
III: Recuerdos personales
Cuando conocí a Jefferson Pérez, estaba fresca la destitución deshonrosa de Abdalá Bucaram —“¡por loco!”, gritaba Javier Alatorre—, aquél que bailaba, grababa discos, y deleitaba a los reporteros cantando en las cumbres de mandatarios. “Parece que se acabó el presupuesto de seis años en seis meses”, bromeó Jefferson con mi papá. Era 1997 y en el DF se celebraba la Copa Internacional de Marcha, organizada por TvAzteca, que convocó a la crème de la crème, reuniendo a los mismos que habían competido un año antes en Atlanta: Pérez, Schennikov, Korzenowski (Pol), A’Hern (Aus), Ern (Ale), Miguel Ángel Rodríguez, Daniel García; y a exmarchistas como Robert Weigel (Ale), Ernesto Canto, Carlos Mercenario, Daniel Bautista y Raúl González, en labores ya de entrenador, de juez, de organizador o de estrellita. Estaban todos los grandes, atletas de 25 países, atraídos por los jugosos premios en miles de dólares, dispuestos a enfrentar la mítica delgadez del contaminado aire defeño (yo competía en la categoría juvenil, quedé en el lugar veintitantos).
Jefferson me impresionó por su fiereza dentro de la pista y su sencillez fuera de ella. El ecuatoriano acababa de llegar a la veintena y comenzaba a entrar al mundo de los patrocinadores internacionales, los viajes ya no tan ajustados, el reconocimiento público, la fama y la fortuna, pero seguía siendo un muchacho humilde, accesible y tímido, que se calaba con modestia una gorra hasta los ojos para que no vinieran a entrevistarlo, a pedirle autógrafos, a hacerlo sentir estrella. Él, a lo suyo, que lo hacía muy bien, sobre todo a la hora de cerrar: en el último par de kilómetros Jefferson era inalcanzable. Como era de esperarse, ganó esa competencia en el DF, como ha ganado la mayoría de aquellas a las que se ha presentado desde entonces. La excepción fueron las siguientes dos olimpiadas, donde las medallas lo eludieron, pero se repuso en los Mundiales: fue una vez subcampeón y tres veces al hilo campeón mundial, además de que ostenta el récord de los 20 km (1:17:21). Junto a Robert Korsenowski, es considerado el mejor marchista de 20 km de la historia, y en Ecuador es héroe nacional, ahora Doctor Honoris Causa. La semana antepasada Jefferson cumplió 34 años. La semana pasada ganó una competencia regional en Colombia, con 1:20:54. Ha anunciado que se retirará después de ganar la medalla de oro en Beijing.
Estamos en la red, con videos de Jefferson: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx
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viernes, 11 de julio de 2008
Jefferson Pérez
Video original de la transmisión de la prueba de 20k en Atlanta 96. La narración es de antología, aguanten la música, las rúbricas y la emoción que se le desborda al comentarista, que está viviendo el momento de su vida. Un tanto molesto, en realidad, pero es un video histórico, de cualquier modo.
"Voy a hacer historia en el periodismo. Gracias madre mía por haberme parido ecuatoriano", dice el locutor.
Video del triunfo de Jefferon en Helsinki: bicampeonato mundial
El tricampeonato, en Osaka (ahi disculpen la música, yo no fui):
"Voy a hacer historia en el periodismo. Gracias madre mía por haberme parido ecuatoriano", dice el locutor.
Video del triunfo de Jefferon en Helsinki: bicampeonato mundial
El tricampeonato, en Osaka (ahi disculpen la música, yo no fui):
Jueves 10/jul/08: De rescates, II
I: Buenos días
Se les llama “contratistas”, sin dar mayores explicaciones de para qué fueron contratados, o a quién. En Iraq, los contratistas sobrepasan en número a las tropas norteamericanas: hay alrededor de 180,000 (The Nation/LA Times, agosto 2007) contratistas que hacen de todo: cocinar para los soldados “oficiales” (que al 1º de julio eran 154,734), transportar agua potable, reconstruir carreteras y puentes, producir programas de televisión, traducir y reconocer rutas. Pero hay otros contratistas, los más, que tienen la misión más importante y mejor pagada: funcionar como ejército privado para hacer todo el trabajo sucio: espionaje, secuestros, asesinatos selectivos, “solución de conflictos” usando fuerza letal, en fin. Los mercenarios, para acabar pronto, aunque ya no es políticamente correcto llamarlos así. Una sola de las decenas de compañías que proveen “contratistas” a Estados Unidos, Aegis Defence Services, aceptaba hace dos años (The Guardian, 20/05/06) tener a más de 20,000 efectivos bajo su mando en territorio iraquí (5 veces más que Inglaterra, el segundo proveedor de la “Coalición”). Desde entonces, como se sabe, Estados Unidos ha puesto más y más dinero en Iraq, para pagar contratistas, principalmente: Aegis centuplicó —literalmente— sus ganancias en 5 años, gracias a la guerra; y como ellos hay varias decenas de empresas que proveen ejércitos privados al mejor postor, representando un negocio de 30,000 millones de dólares anuales globalmente (Vanity Fair, abril 2007), solo por concepto de “servicios de seguridad”. Los ejércitos privados han aumentado su poder en los años recientes, de una manera silenciosa: nadie los menciona por su nombre, sus “misiones” no causan registro ni están sujetas a las leyes internacionales (como no son un ejército nacional, no tienen por qué obedecer a la ONU, como los protegen sus patrones, no hay de qué preocuparse), les pagan por ser efectivos, y discretos. No salen en las noticias. Casi. Salen cuando uno o varios contratistas son atrapados vivos por el enemigo y pasan a ser rehenes que sirven como moneda de cambio. Cuando son secuestrados, los contratistas sí son noticia. Cuando son rescatados, más. Las palabras misteriosas de hoy son: de secuestros y rescates, segunda parte.
II: Mientras tanto, en la selva colombiana…
La escena está muy bien montada: uno a uno, los 11 policías y soldados pasan al micrófono, dicen su nombre y grado, y dan las graciasalseñorpresidenteUribe y al glorioso ejército colombiano y a los valientes policías por haberlos rescatado. Cuando alguno se quiere poner emocional e improvisar citando a la familia o a los amigos, un militar gordito le palmea la espalda y le recuerda que su turno al micrófono es corto: la estrella viene al final.
Ingrid Betancout hincha el pecho, sonríe, exhala, finta que va a hablar, vuelve a exhalar, se muerde los labios, cubre a los reporteros presentes con el ancho manto de su mirada, y vuelve a fintar que habla. Está disfrutando del momento, alargando la tensión, regodeándose de saberse en vivo a todo el mundo via CNN and friends, el momento esperado por seis largos años. Habla finalmente, y sus palabras se hacen noticia. Repite las partes importantes en francés: « l’opération militaire de l’armée de mon pays, la Colombie, a été parfaite ». Echa la bola a rodar : siguen las felicitaciones, las reuniones con la familia, la recepción de Sarkozy y Bruni en Francia, el espaldarazo a la reelección de Uribe, la vuelta a la política, la crítica a las FARC, las gracias a la Virgen, el reposicionamiento, la vuelta a la política, pues.
III: Foto incompleta
Tomas Howes, de 50 años, es un piloto norteamericano que había servido en operaciones en Guatemala, Venezuela y Bolivia antes de que su avión se estrellara y las FARC lo apresaran, en territorio colombiano. Marc Gonçalves, de 32, había estado 10 años en la Fuerza Aérea Norteamericana (USAF) antes de subirse a la misma nave que Howes. Keith Stansell, también norteamericano, de 38 años, se encargaba de revisar los sistemas de ese mismo avión, pero ese día no hizo muy buen trabajo.
Esos tres son los rescatados que faltan en la foto. Tan pronto fueron rescatados, los tres fueron puestos en un avión oficial norteamericano con destino al fuerte militar Sam Houston, en Texas. Curiosamente, a decir de algunos medios europeos, este trío fue la verdadera clave del rescate de Ingrid Betancourt. Los tres son empleados de Northgroup Grumman, la cuarta más grande empresa “contratista” de defensa en el mundo —en realidad un conglomerado—, que lo mismo provee “servicios de seguridad” que diseña radares, arma misiles y pone en órbita satélites. NG es asimismo el más grande constructor de barcos de guerra en el mundo, y también el creador del avión B-2 Spirit, invisible al radar, que carga 22,700 kilos de bombas y que está diseñado para soltar atómicas. Los patrones de Howes, Gonçalves y Stansell ganaron (o eso declararon) 32,000 millones de dólares en el 2007.
Al día siguiente del rescate de Ingrid Betancourt, de los 11 soldados y policías colombianos, y de los 3 contratistas norteamericanos, una estación de radio suiza reportó que, de acuerdo a sus informantes, hubo un pago de por medio: 20 millones de dólares, salidos de Estados Unidos, país que tiene en el presidente colombiano a su único aliado en Latinoamérica. Todos lo negaron, claro. El día del rescate, por cierto, John McCain estaba en Colombia. Hay mucha tramoya detrás del escenario de toda esta obra. Y varios tramoyistas.
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lunes, 7 de julio de 2008
El video de Jessica Lynch
Este es el video dado a conocer por el Pentágono, ya editado.
Un reportaje muy interesante sobre los medios y la guerra, enfocándose en el caso de Jessica Lynch.
I: Buenos días
Si no fuera por lo granuloso de la imagen, podríamos estar viendo una película de guerra dirigida por Spielberg. En la primera secuencia vemos un grupo de soldados frente a computadoras portátiles, al parecer haciendo un arduo trabajo de investigación. Agua embotellada, walkie talkies, mapas. Corte a reunión de una veintena de soldados discutiendo sobre una mesa el plan de ataque; se dan instrucciones, se dibujan rutas. Exterior: soldados preparándose, rodilleras, chalecos blindados, googles de visión nocturna, radios, cámaras, GPSs, gadgets de todo tipo; soldados suben camiones, parten camiones y tanques. Corte a cámara de visión nocturna que nos muestra desde el helicóptero los puntitos brillantes que son los transportes de soldados y las unidades artilladas, todo en orden, dicen por la radio. Cámaras en los transportes muestran la vista infrarroja de Nasiriya, Irak, vacía. Helicóptero aterrizando, vemos desde el aire el objetivo del operativo agrandándose en la pantalla: hospital. Soldados corren, uno se agazapa debajo de una ventana, los otros corren a la puerta. Interior: dos soldados médicos se inclinan sobre una Jessica Lynch desorientada y débil que parece no asimilar lo que está pasando. Se oyen gritos y órdenes; uno de los médicos le pregunta que si tiene dolor, ella dice que solo en la espalda cuando la mueven. Suena una ráfaga, Jessica grita, aterrorizada, “it’s ok”, le asegura el camarógrafo, “it’s ok”. Empiezan a prepararla para subirla a una camilla; uno de los soldados pregunta a otro, como casualmente, “todavía tienes aquella bandera?”. Escaleras, “lo estás haciendo muy bien, Jessica”. Helicóptero, vuelo nocturno, luego el traslado de la soldado herida a un avión. Cubriendo a Jessica, sobre la camilla, una bandera de Estados Unidos. “Welcome home”, es lo último que se escucha en el video de lo que parece el primer rescate de una prisionera de guerra norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial. Es marzo de 2003. Las palabras misteriosas de hoy son: de secuestros y rescates, parte uno.
II: Gloria al rescatado, y a los rescatadores
Si las huidas de prisioneros en tiempo de guerra son algo que debilita la moral del ejército custodio, los rescates militares lo son más. Un rescate por la vía armada es algo de lo que los ejecutores siempre se vanaglorian y de lo que tratan de sacar el mayor partido posible, políticamente, sobre todo, pero también mediáticamente, para convertir el triunfo en una esferita qué colgar en el árbol de la moral elevada del pueblo que apoya a sus tropas. Y a su presidente.
Las historias de rescate de prisioneros son una oportunidad para inventar lo que no sucedió, para exagerar los hechos, para acomodar las piezas al gusto y tejer el mito, dándole a la operación los tintes epopéyicos que la causa requiera. Así, en la historia moderna las acciones militares de rescate se videograban, y luego el video se corta y se maquilla, para mostrar nada más lo que convenga. Una imagen vale más que mil palabras; una imagen convenientemente editada vale más que un millón.
III: “And… action!”
“Jessica Lynch vació el cargador de su arma y siguió disparando a los iraquíes, aún y cuando ya había sido herida de bala en varias ocasiones y veía a sus compañeros caer muertos a su alrededor”, dijo una fuente del Pentágono al Washington Post. Y así, otras fuentes fueron filtrando detalles de la heroica epopeya de Lynch. Empezó la leyenda. “La Rambo de West Virginia”, la nombraron los medios. Se convirtió en el símbolo nacional de la juventud que luchaba por su país, su nombre fue sinónimo de valentía y patriotismo. El iraquí que chivateó su paradero a las tropas norteamericanas fue recibido como asilado en Estados Unidos; escribió un libro, lo vendió por 300 mil dólares. Jessica dio el visto bueno a su biografía autorizada, HBO produjo una película con la historia de su glorioso rescate, la soldado fue condecorada con la Medalla de Prisioneros de Guerra, el Corazón Púrpura (por heridas en batalla), y la Estrella de Bronce (por valentía en el combate).
Sin embargo, pronto vendría la controversia. Una investigación periodística reveló que los soldados norteamericanos habían maltratado al personal del hospital y que les habían disparado salvas; no había militares iraquíes en el hospital, no había necesidad de derribar puertas ni volcar instrumental: sólo tenían que haber preguntado, dijeron los doctores. Luego, Jessica Lynch también diría su verdad: nunca había disparado su arma, ni siquiera había entrado en combate: su transporte chocó y ella se quebró varias costillas y se dislocó una vértebra, pero no había sufrido heridas de bala ni disparado una sola porque su arma se había trabado, y ella quedó desmayada después del choque. Tampoco había estado prisionera: los médicos del hospital la habían tratado bien. Conclusión: el ejército invasor sabía que la soldado herida estaba en un hospital civil, sin vigilancia, y les pareció la oportunidad perfecta para escenificar una mascarada que sirviera de instrumento propagandístico. Los disparos de salva eran nada más para ambientar el video.
Meses después de su rescate, ya recuperada físicamente, Jessica Lynch renunció al ejército y denunció al Pentágono de tergiversar su historia y de exagerarla e inventar partes de ella para mentir a los norteamericanos. Nadie le hizo mucho caso, los medios —al menos allá— no le hicieron tanto ruido al desmentido. Cuatro años después, se presentó en una audiencia ante el Congreso en donde dejó claro que todo había sido una farsa y que el gobierno había mentido sobre su supuesto rescate. Tácitamente reconoció que no merecía ninguna de las condecoraciones, pero no devolvió ninguna.
Continuará el jueves, claro, con la historia de la rescatada célebre más reciente. El video del rescate de Lynch, en el blog: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx.
Un reportaje muy interesante sobre los medios y la guerra, enfocándose en el caso de Jessica Lynch.
I: Buenos días
Si no fuera por lo granuloso de la imagen, podríamos estar viendo una película de guerra dirigida por Spielberg. En la primera secuencia vemos un grupo de soldados frente a computadoras portátiles, al parecer haciendo un arduo trabajo de investigación. Agua embotellada, walkie talkies, mapas. Corte a reunión de una veintena de soldados discutiendo sobre una mesa el plan de ataque; se dan instrucciones, se dibujan rutas. Exterior: soldados preparándose, rodilleras, chalecos blindados, googles de visión nocturna, radios, cámaras, GPSs, gadgets de todo tipo; soldados suben camiones, parten camiones y tanques. Corte a cámara de visión nocturna que nos muestra desde el helicóptero los puntitos brillantes que son los transportes de soldados y las unidades artilladas, todo en orden, dicen por la radio. Cámaras en los transportes muestran la vista infrarroja de Nasiriya, Irak, vacía. Helicóptero aterrizando, vemos desde el aire el objetivo del operativo agrandándose en la pantalla: hospital. Soldados corren, uno se agazapa debajo de una ventana, los otros corren a la puerta. Interior: dos soldados médicos se inclinan sobre una Jessica Lynch desorientada y débil que parece no asimilar lo que está pasando. Se oyen gritos y órdenes; uno de los médicos le pregunta que si tiene dolor, ella dice que solo en la espalda cuando la mueven. Suena una ráfaga, Jessica grita, aterrorizada, “it’s ok”, le asegura el camarógrafo, “it’s ok”. Empiezan a prepararla para subirla a una camilla; uno de los soldados pregunta a otro, como casualmente, “todavía tienes aquella bandera?”. Escaleras, “lo estás haciendo muy bien, Jessica”. Helicóptero, vuelo nocturno, luego el traslado de la soldado herida a un avión. Cubriendo a Jessica, sobre la camilla, una bandera de Estados Unidos. “Welcome home”, es lo último que se escucha en el video de lo que parece el primer rescate de una prisionera de guerra norteamericana desde la Segunda Guerra Mundial. Es marzo de 2003. Las palabras misteriosas de hoy son: de secuestros y rescates, parte uno.
II: Gloria al rescatado, y a los rescatadores
Si las huidas de prisioneros en tiempo de guerra son algo que debilita la moral del ejército custodio, los rescates militares lo son más. Un rescate por la vía armada es algo de lo que los ejecutores siempre se vanaglorian y de lo que tratan de sacar el mayor partido posible, políticamente, sobre todo, pero también mediáticamente, para convertir el triunfo en una esferita qué colgar en el árbol de la moral elevada del pueblo que apoya a sus tropas. Y a su presidente.
Las historias de rescate de prisioneros son una oportunidad para inventar lo que no sucedió, para exagerar los hechos, para acomodar las piezas al gusto y tejer el mito, dándole a la operación los tintes epopéyicos que la causa requiera. Así, en la historia moderna las acciones militares de rescate se videograban, y luego el video se corta y se maquilla, para mostrar nada más lo que convenga. Una imagen vale más que mil palabras; una imagen convenientemente editada vale más que un millón.
III: “And… action!”
“Jessica Lynch vació el cargador de su arma y siguió disparando a los iraquíes, aún y cuando ya había sido herida de bala en varias ocasiones y veía a sus compañeros caer muertos a su alrededor”, dijo una fuente del Pentágono al Washington Post. Y así, otras fuentes fueron filtrando detalles de la heroica epopeya de Lynch. Empezó la leyenda. “La Rambo de West Virginia”, la nombraron los medios. Se convirtió en el símbolo nacional de la juventud que luchaba por su país, su nombre fue sinónimo de valentía y patriotismo. El iraquí que chivateó su paradero a las tropas norteamericanas fue recibido como asilado en Estados Unidos; escribió un libro, lo vendió por 300 mil dólares. Jessica dio el visto bueno a su biografía autorizada, HBO produjo una película con la historia de su glorioso rescate, la soldado fue condecorada con la Medalla de Prisioneros de Guerra, el Corazón Púrpura (por heridas en batalla), y la Estrella de Bronce (por valentía en el combate).
Sin embargo, pronto vendría la controversia. Una investigación periodística reveló que los soldados norteamericanos habían maltratado al personal del hospital y que les habían disparado salvas; no había militares iraquíes en el hospital, no había necesidad de derribar puertas ni volcar instrumental: sólo tenían que haber preguntado, dijeron los doctores. Luego, Jessica Lynch también diría su verdad: nunca había disparado su arma, ni siquiera había entrado en combate: su transporte chocó y ella se quebró varias costillas y se dislocó una vértebra, pero no había sufrido heridas de bala ni disparado una sola porque su arma se había trabado, y ella quedó desmayada después del choque. Tampoco había estado prisionera: los médicos del hospital la habían tratado bien. Conclusión: el ejército invasor sabía que la soldado herida estaba en un hospital civil, sin vigilancia, y les pareció la oportunidad perfecta para escenificar una mascarada que sirviera de instrumento propagandístico. Los disparos de salva eran nada más para ambientar el video.
Meses después de su rescate, ya recuperada físicamente, Jessica Lynch renunció al ejército y denunció al Pentágono de tergiversar su historia y de exagerarla e inventar partes de ella para mentir a los norteamericanos. Nadie le hizo mucho caso, los medios —al menos allá— no le hicieron tanto ruido al desmentido. Cuatro años después, se presentó en una audiencia ante el Congreso en donde dejó claro que todo había sido una farsa y que el gobierno había mentido sobre su supuesto rescate. Tácitamente reconoció que no merecía ninguna de las condecoraciones, pero no devolvió ninguna.
Continuará el jueves, claro, con la historia de la rescatada célebre más reciente. El video del rescate de Lynch, en el blog: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx.
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domingo, 6 de julio de 2008
Sábado 5/jul/08: Historias Olímpicas, 4
I: Buenos días
Cuando Leni Riefenstahl fue comisionada para documentar cinematográficamente las olimpiadas de 1936, en Berlín, la instrucción de Hitler era clara: había que glorificar los logros de la Alemania nazi. Olympia, el documental resultante, fue un parteaguas en la historia del cine debido al uso de técnicas innovadoras que después se convertirían en estándares del lenguaje cinematográfico, y al mismo tiempo fue una más de las cintas propagandísticas que la actriz y directora alemana produciría para el dictador que, según contaba, estaba tan enamorado de ella que una vez la quiso besar a la fuerza. En Olympia se glorificaba a los ganadores y se hacía regodeo de la belleza humana y la perfección de los atletas de primer nivel, y aunque era una cinta oficial, Riefenstahl se dio la libertad de poner a Jesse Owens, atleta negro que echó por tierra todas las teorías de la supremacía aria, al mismo nivel que los demás ganadores. Cuando Alberto Isaac hizo su propio documental sobre las olimpiadas de México 68, su preocupación por los aspectos técnicos también fue grande, pero la visión distinta, con mucha más humanidad y sencillez. Una de las secuencias más bellas de Olimpiadas de México (nominada al Oscar en 1969) es la de la maratón: en lugar de glorificar al ganador de la prueba, Isaac muestra cómo es la llegada del corredor que quedó en último lugar: renqueando, ya de noche, un atleta solitario llega al estadio vacío, agotado, medio muerto, pero con la firme determinación de concluir la ruta de 42.195 km. Las palabras misteriosas de hoy son: Historias Olímpicas, capítulo cuatro.
II: We are the losers, my friend…
En ocasiones particulares, los perdedores de una competencia llegan a obtener más fama y fortuna que los ganadores, o al menos se roban la cámara por más rato que los atletas mejor entrenados. Vimos en el primer capítulo de estas Historias Olímpicas cómo Eric Moussambani, que apenas sabía nadar, venido de un país que nadie sabía dónde estaba (Ginea Ecuatorial) se convirtió en celebridad después de registrar el peor tiempo de la historia en los 100 metros de nado libre, en Sydney 2000. A Moussambani la prensa inglesa le dio el apodo de Eric the Eel (la Anguila) en referencia a Eddie the Eagle (el Águila), uno de los más grandes héroes olímpicos británicos.
Eddie Edwards llevaba todas las de perder como deportista: era pesado (82 kilos, más de 10 arriba del promedio), no tenía un patrocinador, y el equipo que utilizaba para su prueba, el salto en esquí, era tan inadecuado, que tenía que usar seis calcetines uno sobre el otro para que le quedaran las botas que enganchaba a los esquís. Por si eso fuera poco, Eddie tenía una aguda miopía que lo obligaba a usar lentes de fondo de botella, incluso cuando ejecutaba sus saltos en la rampa, lo que hacía que los lentes se le empañaran y que el resultado de cada salto fuera impredecible (sin embargo, hay que decirlo, Eddie nunca se partió la madre saltando, hasta eso). Como no era precisamente un dechado de habilidad en el aspecto técnico, Eddie, en vez de ejecutar saltos en posiciones aerodinámicas y elegantes, aleteaba cuando iba en el aire, tratando de mantener el equilibrio para aterrizar correctamente. Fue ese peculiar aleteo el que le ganó el mote de El Águila.
Eddie Edwards fue el único atleta que se presentó para representar a Inglaterra en salto de rampa en las olimpiadas de invierno de Calgary ’88, por lo que obtuvo el pase directo, sin tener que eliminarse con ningún compatriota: en Inglaterra ese deporte era prácticamente desconocido —como cuando México envió a las olimpiadas a un competidor de trineo que entrenaba sobre un carrito Avalancha en una cancha de básquet (¿cómo le decían? ¿El Tuercas, o algo así?). Eddie el Águila, como era de esperarse, quedó en último lugar en las dos pruebas en que participó, pero se ganó el cariño del público canadiense y regresó a Inglaterra vestido de héroe. Incluso se le mencionó individualmente en la ceremonia de clausura de las Olimpiadas, y su nombre fue coreado por los 100,000 asistentes al evento, algo que nunca en la historia había sucedido en el rígido protocolo de esas ocasiones.
Eddie Edwards canalizó muy bien su fama: hizo comerciales de televisión, asistió a infinidad de programas de entretenimiento, escribió un libro e incluso grabó una canción llamada Fly Eddie Fly (que llegó al Top 50 inglés), y luego un par de canciones en finlandés. Algunos atletas y el Comité Olímpico consideraron que era una burla para la comunidad de saltadores el hecho de que un competidor tan malo se presentara a los Juegos, de modo que se creó una regla especial (conocida ahora como La Regla de Eddie el Águila) para impedir que Edwards calificara a la siguiente justa, a celebrarse en Albertville. La misma regla impidió la calificación del inglés a las siguientes dos olimpiadas de invierno, en Lillehammer y en Nagano, aunque él lo intentó.
Las últimas noticias que se tienen de Eddie indican que se está rodando desde enero de este año una película biográfica que será protagonizada por el gran comediante Steve Coogan (related search: Coffee and Cigarettes, Night at the museum).
IV: Música, maestro
Conocí hace poco por internet a alguien que se topó en una fiesta con Eddie Edwards, en Inglaterra. Me cuenta que es un tipo muy simpático, y que a la menor provocación se pone a cantar. Dice que en esa fiesta, como todos esperaban, Eddie agarró el micrófono y dio cuenta de Mun nimeni on Eetu, la canción que lo hizo famoso en Finlandia. Cuando le preguntaron que qué decía la letra, Eddie respondió “No tengo la más remota idea, no hablo finlandés”, y se echó a reir.
En el blog hay un video brevísimo de Eddie saltando: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernestocortes@itesm.mx.
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sábado, 5 de julio de 2008
Eddie the Eagle
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miércoles, 2 de julio de 2008
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