I: Buenos días
El 29 de mayo pasado escribí en este espacio, al referirme a mis charlas con un grupo de actores belgas con quienes compartía un departamento en Montréal: “Bélgica es un país relativamente joven, formado por dos comunidades que no tienen nada que ver entre si: franceses y flamencos. Unos latinos, los otros germanos. Dos idiomas, dos culturas, dos tradiciones, incluso dos sistemas económicos y de servicios de salud diferentes, unidos tan solo por un rey. Según me dicen, es posible que en las elecciones del próximo mes, la gente vote por la separación del país, y como peor escenario posible, ellos creen que en una década no existirá Bélgica como lo conocemos. No sería extraño, dicen, pues realmente son dos comunidades tan distintas que ni siquiera las artes los unen: el teatro de los francófonos no se mezcla ni tiene nada que ver con el teatro de los flamencos.” Las palabras misteriosas de hoy son: ¿adiós Bélgica?
II: Bromitas
El 13 de diciembre del año pasado, una emisora de televisión francófona en Bruselas interrumpió su programación y emitió un boletín informativo urgente: con un cintillo en la parte de abajo de la pantalla que decía "Esto puede ser una ficción", el presentador dio la noticia de que el parlamento había votado por la separación, y que Bélgica ya no existía mas como país, dividiéndose en las dos regiones geográficas y lingüísticas que la conformaban: Flandes y Valonia (Bruselas es una suerte de territorio neutral compartido, aunque en terreno flamenco). El programa duró una hora, presentando como cierta la noticia. Al final, hicieron la aclaración: era una broma, no se asusten. Con todo y el cintillo, durante esa hora Bélgica se convulsiono. La gente salio a las calles, tanto a protestar como a celebrar; había lo mismo llanto que sonrisas y abrazos. Cuando se explicó que era una broma, las reacciones fueron diversas, pero lo que campeo fue el coraje de haber sido engañados, al menos de entrada. El gobierno no estaba nada contento, tuvieron que rodar algunas cabezas en la televisora. Sin embargo el chistecito sirvió para que por primera vez los medios se ocuparan de un tema que, aunque todo mundo tiene presente, no era tocado en televisión porque era una especie de tabú político: ¿debe Bélgica dividirse en dos países?
III: ¿Au revoir?
En Bélgica el tercer idioma oficial es el alemán, y hay una pequeñísima comunidad de hablantes de esta lengua al este del país que eventualmente tendría que alinearse con una de las dos naciones resultantes (con Valonia, previsiblemente, por cuestiones geográficas). La previsión hecha por mis amigos belgas hace cinco meses resultó profética: las elecciones de junio cambiaron totalmente al país. Debido al complejo sistema electoral belga, no es un partido el que gobierna, sino una coalición que debe incluir al menos a dos partidos que representan los intereses flamencos y a dos partidos francófonos, lo que da lugar a lo que se conoce informalmente como una “particratie” (particracia). Sin embargo, en esta ocasión la formación del gobierno ha tomado mucho más tiempo que otras veces, pues las complejas negociaciones que se tienen que llevar a cabo entre los varios frentes que conformarían el gobierno no han dado frutos y se han empantanado por 151 días ya. Han sido cinco meses prácticamente sin gobierno en Bélgica, en lo que el rey nombra formateurs que no han logrado organizar un gobierno de coalición. Cuando un formador presenta al rey un gabinete equilibrado y en el que las fuerzas triunfadoras de la elección están de acuerdo, generalmente es nombrado Primer Ministro. En esta ocasión, el anterior ocupante del cargo, Guy Verhofstadt, sigue ejerciendo como Primer Ministro, despachando solamente los asuntos diarios, pero sin la potestad de tomar decisiones que afecten el futuro del país. Mientras, siguen las pláticas y la rebatinga entre franceses y flamencos.
Ayer, el proceso de eventual re-unión belga sufrió un golpe bajo con el mayoritazo dado por la fracción flamenca del parlamento en el sentido de escindir un distrito francófono en territorio valón (en las afueras de Bruselas), evitando que unos 150 mil votantes que hablan francés, queden desde hoy impedidos de elegir a sus representantes que hablan el mismo idioma. Todo a causa de un agujero legal que los flamencos aprovecharon sin muchos escrúpulos, al parecer. Con esto, el país se dividió aún más, y la reconciliación quedó varios pasos más lejos de donde ya estaba. En los próximos días veremos qué suerte termina por correr Bélgica, que quizá llegue a ser muy pronto una más de las historias del pasado en este mundo que cambia cada día más rápido.
Estamos en la red: ernestocortes.blogspot.com. Los leo: ernesto@cuerdacueroycanto.com.
El 29 de mayo pasado escribí en este espacio, al referirme a mis charlas con un grupo de actores belgas con quienes compartía un departamento en Montréal: “Bélgica es un país relativamente joven, formado por dos comunidades que no tienen nada que ver entre si: franceses y flamencos. Unos latinos, los otros germanos. Dos idiomas, dos culturas, dos tradiciones, incluso dos sistemas económicos y de servicios de salud diferentes, unidos tan solo por un rey. Según me dicen, es posible que en las elecciones del próximo mes, la gente vote por la separación del país, y como peor escenario posible, ellos creen que en una década no existirá Bélgica como lo conocemos. No sería extraño, dicen, pues realmente son dos comunidades tan distintas que ni siquiera las artes los unen: el teatro de los francófonos no se mezcla ni tiene nada que ver con el teatro de los flamencos.” Las palabras misteriosas de hoy son: ¿adiós Bélgica?
II: Bromitas
El 13 de diciembre del año pasado, una emisora de televisión francófona en Bruselas interrumpió su programación y emitió un boletín informativo urgente: con un cintillo en la parte de abajo de la pantalla que decía "Esto puede ser una ficción", el presentador dio la noticia de que el parlamento había votado por la separación, y que Bélgica ya no existía mas como país, dividiéndose en las dos regiones geográficas y lingüísticas que la conformaban: Flandes y Valonia (Bruselas es una suerte de territorio neutral compartido, aunque en terreno flamenco). El programa duró una hora, presentando como cierta la noticia. Al final, hicieron la aclaración: era una broma, no se asusten. Con todo y el cintillo, durante esa hora Bélgica se convulsiono. La gente salio a las calles, tanto a protestar como a celebrar; había lo mismo llanto que sonrisas y abrazos. Cuando se explicó que era una broma, las reacciones fueron diversas, pero lo que campeo fue el coraje de haber sido engañados, al menos de entrada. El gobierno no estaba nada contento, tuvieron que rodar algunas cabezas en la televisora. Sin embargo el chistecito sirvió para que por primera vez los medios se ocuparan de un tema que, aunque todo mundo tiene presente, no era tocado en televisión porque era una especie de tabú político: ¿debe Bélgica dividirse en dos países?
III: ¿Au revoir?
En Bélgica el tercer idioma oficial es el alemán, y hay una pequeñísima comunidad de hablantes de esta lengua al este del país que eventualmente tendría que alinearse con una de las dos naciones resultantes (con Valonia, previsiblemente, por cuestiones geográficas). La previsión hecha por mis amigos belgas hace cinco meses resultó profética: las elecciones de junio cambiaron totalmente al país. Debido al complejo sistema electoral belga, no es un partido el que gobierna, sino una coalición que debe incluir al menos a dos partidos que representan los intereses flamencos y a dos partidos francófonos, lo que da lugar a lo que se conoce informalmente como una “particratie” (particracia). Sin embargo, en esta ocasión la formación del gobierno ha tomado mucho más tiempo que otras veces, pues las complejas negociaciones que se tienen que llevar a cabo entre los varios frentes que conformarían el gobierno no han dado frutos y se han empantanado por 151 días ya. Han sido cinco meses prácticamente sin gobierno en Bélgica, en lo que el rey nombra formateurs que no han logrado organizar un gobierno de coalición. Cuando un formador presenta al rey un gabinete equilibrado y en el que las fuerzas triunfadoras de la elección están de acuerdo, generalmente es nombrado Primer Ministro. En esta ocasión, el anterior ocupante del cargo, Guy Verhofstadt, sigue ejerciendo como Primer Ministro, despachando solamente los asuntos diarios, pero sin la potestad de tomar decisiones que afecten el futuro del país. Mientras, siguen las pláticas y la rebatinga entre franceses y flamencos.
Ayer, el proceso de eventual re-unión belga sufrió un golpe bajo con el mayoritazo dado por la fracción flamenca del parlamento en el sentido de escindir un distrito francófono en territorio valón (en las afueras de Bruselas), evitando que unos 150 mil votantes que hablan francés, queden desde hoy impedidos de elegir a sus representantes que hablan el mismo idioma. Todo a causa de un agujero legal que los flamencos aprovecharon sin muchos escrúpulos, al parecer. Con esto, el país se dividió aún más, y la reconciliación quedó varios pasos más lejos de donde ya estaba. En los próximos días veremos qué suerte termina por correr Bélgica, que quizá llegue a ser muy pronto una más de las historias del pasado en este mundo que cambia cada día más rápido.
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