Conciencia

lunes, 25 de junio de 2007

Sábado 23/jun/07: Privacidad y mente (I)

I: Buenos días
En 1888 vino a México el “mago, el brujo, el casi vidente” norteamericano Washington Irving Bishop, y ofreció en Guadalajara unas presentaciones de tal espectacularidad, que la noticia vibró en Colima. Decía la prensa que los asistentes “encogiéndose de hombros hacen acerca de sus experiencias los más curiosos comentarios, no siendo el menos válido de ellos, el de que el Sr. Bishop ha dado su alma al diablo a trueque de un poquito del poder satánico” (El Estado de Colima, 13/oct/1888). La policía tapatía anunció que pediría la ayuda de Bishop para, con sus poderes psíquicos, resolver los crímenes del Chalequero, malhechor que asolaba la capital jalisciense. Ante la inexplicable habilidad de Bishop para leer la mente, el redactor colimense Atanasio Orozco escribía: “Esto es alarmante, con tanto adivino hemos perdido la seguridad de lo único que teníamos inviolable, que era el pensamiento”. Las palabras misteriosas de hoy son: privacidad y cerebro, primera parte.

II: Nomás se estaba haciendo el dormido
Bishop era un fraude. No es que leyera la mente, sino que tenía un desarrollado sistema de comunicación con sus asistentes, que le transmitían información de manera indirecta, y era un experto en estudiar las reacciones del público, lo que le permitía adivinar por dónde iba la cosa y hacer aparentes revelaciones sorprendentes sobre los miembros del público que participaban en sus espectáculos. Cuando vino a Guadalajara, se encontraba en la cúspide de su fama. Había estado en Inglaterra -de donde salió huyendo para no pagar la multa de un juicio que perdió por difamar a otro mentalista- y en Estados Unidos ya saltaban por todos lados los imitadores y los escépticos que trataban de replicar sus trucos. Cuando estuvo en Guadalajara contaba con 32 años. Moriría a los 33, a causa de una autopsia prematura que le practicaron unos oficiosos médicos que lo creyeron muerto, y que no revisaron que en sus bolsillos había un papel advirtiendo que sufría de ataques catalépticos. Querían conservar su cerebro para estudiarlo, y le abrieron la cabeza cuando él todavía estaba vivo.

Sin embargo, el punto no es la leyenda de Bishop. Mencionamos su caso solo para ejemplificar lo que se pensaba, hace un siglo y cuarto, sobre la privacidad del pensamiento. Las amenazas a la intimidad mental provenían de los mentalistas. Hoy, en el siglo XXI, las amenazas vienen de otro lado, y parecen cosa de ciencia ficción.

III: Hablando de ciencia ficción
En su novela “Los límites de la fundación”, publicada en 1982, Isaac Asimov hablaba de una tecnología fabulosa, desarrollada allá por el año 12,564 de la Era Galáctica. Consistía en la unión entre la mente humana y la computadora. Para escribir, para establecer comunicaciones, para generar proyecciones holográficas, incluso para pilotear sus naves, los seres humanos solo tenían que pensarlo. La conexión entre cerebro y computadora estaba tan desarrollada que se eliminaba la necesidad de aparatos e incluso de los sentidos humanos para establecer una conexión con la máquina.

En el universo de cierto grupo de novelas escritas por Asimov, la Era Galáctica comienza en lo que para nosotros sería el año 12,000. De manera que para el visionario escritor de ciencia ficción, la fusión total de la mente del hombre y el mecanismo de la computadora se daría dentro de 22,557 años.

III: Doble clic
A estas alturas sabemos que Asimov se quedó corto, demasiado. No previó la llegada de la nanotecnología, no calculó que la eficiencia en la manipulación de materia a la escala de una millonésima de milímetro traería una nueva revolución industrial. La interacción entre el hombre y la máquina por vía directa del cerebro es una realidad desde hace varios años. Las primeras aplicaciones médicas fueron permitir a personas con parálisis mover el puntero de un mouse en una pantalla sin mover un dedo, con solo pensarlo. Hoy en día, usted puede comprar, vía internet, un equipo que le permite controlar el mouse y teclear, a través de unos sensores montados en la frente que analizan ondas cerebrales, movimiento de ojos y músculos faciales. Cuesta 2,100 dólares, y la última versión del software data del día de 12 de este mes.

IV: Si quieren luego le seguimos
¿Qué tiene que ver todo esto con Washington Irving Bishop, que murió 13 años antes de que se inventara la máquina de escribir eléctrica? Averígüelo en nuestro próximo episodio, el martes. Hasta entonces, los leo en ernesto@cuerdacueroycanto.com. Pueden encontrar este y otros textos en ernestocortes.blogspot.com

1 comentario:

deivid dijo...

Saludos mi Neto. Està usted invitado a El Juego. Instrucciones en mi blog www.texticulario.blogspot.com

Pásela rico!