Cuentan que por allá a mediados del siglo XIX, Joseph Johan Littrow,
director del Observatorio de Viena, propuso la idea de excavar canales
gigantes con diseños geométricos en las arenas del Sahara, rellenarlos
con agua, luego con queroseno, y prenderles fuego. De esa manera, decía,
se podría comunicar a las civilizaciones extraterrestres la existencia
de vida inteligente en la Tierra. En ese entonces, no pocos creían que
la Luna podría estar habitada, y el asunto de la vida en Marte era una
conjetura ampliamente difundida. Ya unos años antes, el barón Franz von Gruithuisen
aseguraba haber identificado una ciudad en la luna con su telescopio, e
incluso especulaba que la nubosidad venusina (que hoy sabemos que es
ácido sulfúrico) se debía a festivales dedicados al fuego, celebrados
por los nativos. En diciembre de 1900, madame Clara Gouget Guzmán,
adinerada aristócrata francesa, anunció un premio de cien mil francos
a “la persona de cualesquiera nación que en los siguientes diez años
encuentre los medios de comunicarse con una estrella y recibir una
respuesta”. Sin embargo, para el premio se excluyó Marte de manera
explícita: como era un planeta habitado, la comunicación con los
marcianos sería demasiado fácil, no digna del galardón. Las palabras
misteriosas de hoy son: Calling all aliens.
II: Y como era de oropel (8)…
La comunicación con civilizaciones fuera
de nuestro planeta ha interesado a muchos humanos desde hace algún
tiempo. Tanto científicos serios como legos exaltados han buscado la
manera de, primero, encontrar una señal de vida inteligente fuera de la
Tierra, y, segundo, entrar en contacto con ella. El tema de la
comunicación con entidades aliens también ha dado pie a piezas notables
de la ciencia ficción (yo recomendaría dos en particular: la novela Sphere, de Michael Crichton; y la película Contact, basada en una novela de Carl Sagan).
En el terreno de los intentos serios por
comunicarse con los extraterrestres, la música ha jugado un rol
importante. Vamos a ver por qué.
La música es un fenómeno humano muy
peculiar. Hablando desde el punto de vista biológico, la música es
innecesaria y prescindible, pues un ser humano podría, al menos
teóricamente, vivir sin música, y no le fallaría ningún órgano vital por
ello (aunque a mi maestra de piano le dio el patatús cuando en una
conferencia dije eso). Sin embargo, la vida sin música es impensable, y
su rol dentro de la cultura es tan fuerte, que cuando comenzamos a
enviar mensajes al espacio exterior, fue una de las primeras cartas de
presentación. En 1972, Carl Sagan lideró el equipo que diseñó el primer
mensaje humano para el espacio exterior: las placas metálicas de las
sondas Pioneer 10 y Pioneer 11,
primeros objetos humanos diseñados con la finalidad de viajar más allá
del sistema solar. Un lustro después, el mismo Sagan dirigió el proyecto
para dotar a las sondas Voyager con sendos discos de audio que dieran testimonio de los sonidos del planeta Tierra.
Los discos de las sondas Voyager I y II (hechos de cobre bañado en oro, con la esperanza de que duren al menos mil millones de años) contienen imágenes
y sonido en formato digital. La parte visual va desde fórmulas químicas
y matemáticas hasta imágenes de la vida cotidiana en el planeta. La
sección de audio es igualmente variada, pues contiene, por una parte, saludos en 55 idiomas; por otra, sonidos ambientales
como un gato, grillos, un tractor, la turbina de un avión, un tren, un
beso, y el canto de una ballena, entre otros. Luego vienen 90 minutos de música (vaya chamba de los productores que seleccionaron el Planet Earth Ultimate Soundtrack), que va desde Johnny B. Goode a El cóndor pasa, sin faltar Beethoven y Bach. México estuvo representado en esta antología terrícola, nada menos que con El Cascabel, interpretado por Antonio Maciel y Las Aguilillas con El Mariachi México de Pepe Villa.
Finalmente, la sección auditiva de estos discos se completa con la grabación de las ondas cerebrales de Ann Druyan, colaboradora y esposa de Sagan (y hoy board member de la NORML, haciendo honor al placer secreto de don Carl), quien fue conectada durante una hora a una computadora que tradujo la actividad de su cerebro en ondas de sonido. Como ella misma cuenta,
“…comencé pensando en la historia de la Tierra y la vida que mantiene.
Usando lo mejor de mis habilidades, traté de pensar en la historia de
las ideas y de la organización social humana. Pensé en el predicamento
en que se encuentra nuestra civilización y en la violencia y la pobreza
que hacen de este planeta un infierno para tantos de sus habitantes.
Hacia el final me permití una afirmación personal de cómo es estar
enamorada”.
Ahora
bien, no todo ha sido música grabada: también hemos enviado al espacio
música interpretada en vivo. El 29 de agosto de 2001, desde el radar
planetario de Evpatoria, Ucrania, se transmitió en vivo el Primer Concierto de Theremin para Aliens. Este instrumento eléctrico
produce una señal de características técnicas ideales para ser
transmitida a distancias interestelares, así que fue el elegido para que
tres virtuosos (los virtuosos) thereministas interpretaran a
clásicos como Gershvin, Rakhmaninov, Beethoven, y Vivaldi, en un recital
de 15 minutos que llegará en el 2047 a (entre otras 5) la estrella 47UMa, en la constelación de la Osa Mayor, donde hay un par de planetas que, en una de ésas, podrían estar habitados, y a la escucha.
V: Y entonces
Supongamos pues que los aliens, en el año 2047,
cuando llegue el concierto, o en cualquier otro momento que intercepten
uno de los Voyager, reciben la música. Vamos a asumir un par de cosas:
una, que los extraterrestres en cuestión entienden las instrucciones (en
inglés) y hallan la manera de a) tocar el disco y/o b)
decodificar las ondas de radio del concierto de theremin. La otra cosa
que asumimos es que estos seres tendrán aparato auditivo, o que al menos
tienen un sistema nervioso central con terminales que les permitan
procesar los bits si no como audio, sí como impulsos eléctricos a su,
digamos, cerebro. Suponiendo, pues, que recibieron la música, que la
pudieron tocar, y que la pueden escuchar, viene el problema principal:
¿Qué pensarán los aliens de la música terrícola? ¿Tendrán ellos siquiera
el concepto de música? Si no es así, ¿qué sacarán en claro de las
frecuencias hertzianas que, muy orondos, les enviamos?
Oliver Sacks aborda este problema en las primeras páginas de su libro Musicophilia.
Es posible que la música solo tenga sentido para los humanos. Tal vez
un extraterrestre pueda apreciar las intrincadas relaciones matemáticas
que hay entre las notas de una canción, o admire la habilidad técnica de
quien pulsa el instrumento, pero no sentirá las emociones que a
nosotros nos provoca. Quizá esos mensajes que estamos enviando al
espacio sean una carta de presentación por demás extraña, pero sin duda
son de lo más representativo que se puede hacer de nuestra civilización.
Carl Sagan, como buen científico con los pies en la
tierra, sabía que el envío de mensajes en las sondas Pioneer y Voyager
era un asunto más simbólico que pragmático. Siendo el universo tan
vasto, las posibilidades (matemáticamente hablando) de que las sondas
sean interceptadas por una inteligencia extraterrestre son muy escasas.
Sin embargo, aún contando con que tal vez esos discos nunca sean
escuchados, y con que todo esto haya sido un esfuerzo fútil, Sagan, con
el humanismo y la sensibilidad que caracterizó su vida y obra, dejó, en
palabras muy sencillas, la razón última de esta brega: “el lanzamiento
de esta botella hacia el océano cósmico dice algo muy esperanzador sobre
la vida en este planeta”.
@ErnestoCortes
Para el soundtrack: Across the universe, de John
Lennon, canción que, por cierto, fue transmitida por la NASA hacia el
espacio exterior el 5 de febrero de 2008. La canción se envió en
dirección a la estrella Polaris, que se encuentra a 431 años luz de la
Tierra.
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