Conciencia

domingo, 16 de marzo de 2014

10/ene/13: Elogio del silencio


I: Buenos días
Hace 9 años, el 16 de enero de 2004, la cadena inglesa BBC transmitió por radio y televisión la interpretación orquestal de 4’33’’, una de las obras más conocidas (y controversiales) del compositor norteamericano John Cage. Por primera vez en la historia, la audiencia de la BBC pudo escucharlos tres movimientos de la obra, que en la partitura constan de una hoja en blanco cada uno. Es decir, no hay música, sino silencio. Durante 4 minutos y 33 segundos, el director se para inmóvil con la batuta en el aire frente a la orquesta y ofrece silencio a los asistentes, que aprovechan  el intervalo entre cada movimiento para removerse en sus asientos, toser, estornudar y hacer comentarios en voz baja. Al terminar la interpretación, el aplauso del público es atronador y dura casi la mitad de lo que duró la obra. Si bien no se escuchó una sola nota, la ocasión es histórica: no es común asistir a una función donde el invitado principal es el silencio. Las palabras misteriosas de hoy son: it’s oh so quiet.



II: Sshhh…
Uno de los músicos más finos y sensibles que he conocido es Antonio Zepeda. Él, junto con Jorge Reyes, es considerado uno de los padres de la música con instrumentos prehispánicos en México y ha musicalizado una buena cantidad de películas y documentales (incluyendo Apocalypto, de Mel Gibson, donde le pagaron por 30 segundos pero le robaron una buena cantidad de música, aunque esa es otra historia). Coincidencias geográficas me permitieron convivir con Antonio varios años y hacer una buena amistad con él. En una ocasión le pregunté sobre el silencio. ¿Existe el silencio absoluto?, era mi cuestión. ¿Realmente hay una circunstancia en la que un ser humano pueda estar en silencio total? Sin ruido ambiental, sin sonidos ocasionales de la calle, sin aire acondicionado zumbando, sin autos ronroneando a lo lejos, sin viento ululando, sin hojas secas arrastrándose, sin el tic-tac de un reloj. Silencio, puro y duro, ¿existe tal cosa?

Antonio me dijo que él creía que sí, y me contó de una ocasión en que grabó música para un documental de Deutsche Welle, en Alemania. La sesión se realizó en un estudio ubicado en el cuarto piso de un edificio propiedad de la televisora y ahí, por única vez en su vida, Antonio pudo experimentar el silencio absoluto. Ningún estudio es totalmente silencioso, por muy buena que haya sido su construcción ―o casi ninguno, me dijo Antonio―, pero al estar en ese cuarto ascépticamente insonorizado, por primera vez conoció la sensación de vacío sonoro absoluto, algo imponente y único, algo que para nuestros estándares de vida modernos es una rareza y un privilegio poco valorado, tan rodeados como vivimos de sonidos y ruidos que, a fuerza de costumbre, hemos terminado por filtrar e ignorar. El silencio, ese extravagante placer.

III: Tírulum tírulum tintiririti
Hace un año, el 13 de enero de 2012, se dio una situación inédita durante un concierto de la Filarmónica de Nueva York: mientras la orquesta acometía el último movimiento de la Sinfonía No. 9, de Gustav Mahler, sonó un teléfono celular en la primera fila. Inicialmente, el director echó una mirada reprobatoria al asiento de donde surgió el timbre, pero al ver que este continuaba (y que, según los reportes, era un timbre nada discreto, con música de marimba), de plano decidió parar el concierto y esperar a que el dueño del aparato lo apagara.

La noticia hizo titulares en todo el mundo, porque nunca había sucedido algo así. El muy apenado dueño del celular (que llevaba 20 años abonado a la orquesta) habló luego con el New York Times y se disculpó profusamente, pero el daño ya estaba hecho, y puso a la comunidad artística a discutir sobre los celulares en las salas de conciertos y teatros. Por ejemplo, MarshalPynkoski, director artístico del Opera Atelier en Toronto, propuso una penalización económica a quien le timbre el celular en plena función. “Es lo único que me imagino que va a hacer que la gente ponga atención, que le pegue en los bolsillos”, dijo.

Sin embargo, parecería que la tendencia va en contra de los artistas y a favor de la dinámica contemporánea de estar conectados todo el tiempo. Hace unas semanas, el GuthrieTheater de Minneapolis anunció la creación de una sección especial para tuiteros en los palcos. Los “tweetseats”, curiosamente, cuestan menos de la mitad que los boletos regulares ($15, mientras que los normales van de $34 para arriba) y solo están disponibles los jueves. La idea es que el público tuitero vaya comentando la obra durante la función, contando para ello con un área específica en la que nadie se va a molestar por el brillo de un teléfono, aunque no queda claro qué pasará con los avisos sonoros, que se pueden escuchar en toda la sala. La ironía: los “tweetseats” no se pueden comprar en línea.

IV: No alarms and no surprises. Silent. Silent. 
Culturalmente, el silencio es algo difícil de abrazar. Se nos educa con la idea de que el silencio entre dos personas es incómodo, y que hay que rellenar los espacios con conversación, así sea inane. Hay personas que tampoco están muy cómodas con el silencio a solas, y se ponen radio, tele, música, para que el entorno no esté tan callado. Para los que vivimos en zonas urbanas, el silencio es un privilegio cada vez más raro, y por el que hemos perdido aprecio. La proliferación, primero, del teléfono celular, y luego, del teléfono inteligente, nos ha alejado aún más de la quietud. Los aparatos se han convertido en una extensión cyborgeana de nosotros mismos, indispensable para muchos, y el ring de las llamadas o el bip de los avisos nos acompañan todo el tiempo, incluso en las circunstancias donde antes sería impensable una interrupción ruidosa, como las iglesias y los teatros.

¿Será que, en el futuro, el silencio desaparecerá de nuestras vidas? Hasta ahora, todo indica que estamos claudicando a favor del ruido y que, casi sin darnos cuenta, nos está ganando una tendencia que empuja a que sean los aparatos y las urgencias de la vida moderna las que determinan nuestras atmósferas auditivas. Aun así, con aparatos, medios de comunicación y sociedad apuntando hacia un futuro ruidoso, como individuos siempre nos queda la opción de buscar un espacio para el aislamiento, así sea momentáneo, y reconectar con el silencio. Con tantos estímulos externos bombardeándonos los sentidos, a veces hace falta respirar profundo, cerrarse al ruido del exterior, y escuchar el diálogo interno propio. Hemos perdido ―cedido― muchas cosas en los últimos años, con la integración ―invasión― de la tecnología a nuestras vidas. Renunciar al silencio sería una de nuestras más tristes pérdidas como especie.
@ernestocortes

Bonus: One of the quietest places on earth:

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