Conciencia

domingo, 16 de marzo de 2014

17/dic/2012: La infancia de la civilización


I: Buenos días
En su novela de ciencia ficción Star Maker (1937), el escritor inglés William Olaf Stapledon describe diversas civilizaciones que el protagonista-narrador va encontrando a lo largo de su viaje por el universo. Además de dar cuenta de mundos con diversas culturas, el narrador hace mención del desarrollo tecnológico que hay en los planetas que va hallando en el camino. Una de las invenciones mencionadas en Star Maker fue retomada en 1960 en un artículo publicado en la revista Science por el físico inglés Freeman Dyson: una megaestructura construida alrededor de una estrella. Las palabras misteriosas de hoy son: civilización, transición, reinicios.



II: Proporciones
Si a una persona le piden que conciba mentalmente una distancia de 10 metros, puede más o menos hacerlo, pensando tal vez en referentes como dos autos o una plataforma de clavados. Si le piden que imagine 100 metros, podrá pensar en una cuadra de su barrio. 10 kilómetros podría ser lo que hace de su casa al trabajo. 100 kilómetros la distancia a una ciudad, y así. El problema es cuando le piden pensar en una distancia como 100 mil o 150 millones de kilómetros. Ahí la cosa va perdiendo sentido y los números dejan de tener una referencia que les dé un significado aprehensible.

Algo similar pasa con el tiempo. 6 años son una referencia que incluso culturalmente tenemos bien arraigada en México. 20, 50 años todavía caben en la concepción de una vida humana. Un siglo de historia tiene aún cierto sentido, pero cinco milenios son difíciles de conceptualizar, y qué decir de 1 millón de años.
Esta dificultad para concebir tiempo y espacio, ya no digamos en proporciones astronómicas, sino en cantidades que vayan más allá de los referentes inmediatos, resulta una triste limitante humana. Esta parecería más acentuada en cierta élite: quienes hacen las políticas públicas y detentan el poder terrenal. Este pequeño grupo por lo general no puede concebir el tiempo mucho más allá de lo que durará su período gobernando y sus miras se acortan a los 3 o 6 años. Se quedan, como diría Churchill, en políticos que piensan en la siguiente elección y no llegan a estadistas que trabajen para la siguiente generación.


III: La infancia de la civilización
En 1964, el astrónomo soviético Nikolai Kardashev propuso una escala para determinar qué tan avanzada estaba una civilización, en términos de desarrollo tecnológico. Según Kardashev, hay tres tipos de civilización: la Tipo I, que es la que ha logrado aprovechar toda, absolutamente toda la energía que le puede proporcionar un planeta (eólica, hidroeléctrica, geotérmica, etc.); la civilización Tipo II, que ha logrado aprovechar toda la energía que emite una estrella, no a través de páneles solares instalados en el planeta, sino a través de un hoyo negro controlado por la civilización o mecánicamente por medio de una Esfera de Dyson (ahorita vamos para allá); la Tipo III es la que aprovecha toda la energía que se genera en una galaxia, aunque por el momento ni siquiera podamos imaginar qué tecnología podría hacer factible este portento.

Una Esfera de Dyson es una megaestructura que rodea –literalmente– una estrella y que capta la energía que el astro emite al universo. Se trata de un diseño hipotético porque aún no estamos en condiciones de construir una estructura de este tamaño, que implica, entre otras cosas, deshacer planetas y asteroides para obtener materiales de construcción, y emplear enormes recursos de energía. Dyson especulaba que en otras regiones del universo otras civilizaciones ya habrían llegado a ese punto, pero en nuestro caso hablamos de una esfera de una Unidad Astronómica de diámetro (1 UA), equivalente a 150 millones de kilómetros, o a 8 minutos luz, o a la distancia de la Tierra al Sol. Estamos muy lejos de construir algo así.

Nosotros somos una civilización Tipo 0, entrando en un período de transición rumbo a la Tipo I, el control de la energía de todo un planeta. Sin embargo, algunos científicos con visión más humanista han propuesto que no se trata solamente de aprovechamiento de energía, sino que en esta carrera hacia el desarrollo deben ir aparejadas cuestiones de estabilidad en el planeta en cuanto a lo político, lo social, lo económico y lo cultural. En todos esos factores salimos con déficit: muchas regiones del mundo viven un proceso de erosión democrática, el respeto a los derechos humanos no es asunto logrado globalmente, hay crisis y desigualdad económica. Nuestro desarrollo tecnológico va más rápido que nuestra evolución social.

Es difícil pensar en términos astronómicos, de ahí la cortedad a la hora de tomar decisiones que afectan a la sociedad porque no están conectadas con un plan mayor, de ahí la insistencia en ver soluciones que van a funcionar dentro del término de una década, si acaso, pero que después nos van a dejar peor que antes. Nos urge, en este sentido, un cambio de enfoque a nivel de sociedad para que lo exijamos también de quienes nos gobiernan. Es difícil concebir lapsos de tiempo más allá de una vida humana e imaginar las consecuencias en el gran futuro de lo que hoy hacemos o dejamos de hacer. Pero qué bonito sería tener un presidente que soñara con una esfera de Dyson, y no con una Estela de Luz.

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