Conciencia

lunes, 22 de marzo de 2010

Martes 16/mar/10: ¿Piensan los que gobiernan?

I: Buenos díasHace algunos años, el maestro José Miguel Romero de Solís, en un artículo en Milenio, se preguntaba “¿a qué horas piensan los que nos gobiernan?”. Entre cortes de listón, audiencias, reuniones, entregas de cheques y diplomas, conferencias de prensa y entrevistas de banqueta, junto con muchas otras actividades públicas y semi-privadas (en algunas esferas, la privacidad es una ilusión), ¿a qué hora un gobernador –por ejemplo– se da tiempo para, con calma y sin micrófonos encima, verdaderamente pensar? ¿Es la reflexión un ejercicio que nuestros gobernantes practican? A esto yo agregaría otra cuestión, que apunta hacia el mismo lugar: ¿se dan tiempo nuestros gobernantes para trabajar sobre su propia salud física y mental, y el mantenimiento de su equilibrio emocional? Así como queremos un mandatario que se permita el espacio para la reflexión, es ideal que esa reflexión –y el trabajo en sí de gobernar– ocurra bajo las mejores condiciones posibles de bienestar personal del que toma las decisiones. Las palabras misteriosas de hoy son: pensar, gobernar, somático.



II: Snow on the roof
El 4 de marzo del 2009, el New York Times hacía notar que, a solo 44 días de haber asumido la presidencia de los Estados Unidos, la cabeza de Barack Obama había comenzado a encanecer. Para la reportera Helene Cooper, “los cambios sobre sus sienes son evidencia moteada de que tal vez las tensiones psicológicas y físicas del trabajo —sin mencionar el largo proceso de ganarlo— están de hecho pasándole cierta factura”.

Un estudio médico del creador del concepto RealAge asegura que, durante sus mandatos, los presidentes norteamericanos envejecen a un ritmo real del doble que el resto de los mortales. El ejercicio del poder desgasta, y no hace falta ser un halcón para notarlo: los gobernantes salen con menos pelo, más canas, más arrugas, y peor salud que como entraron. El carácter, inevitablemente, también cambia.

Los que detentan un puesto de elección popular están sometidos a presiones particulares y a agendas inestables, horarios de comida no fijos, situaciones de estrés constante, y, sobre todo, una alta demanda a su capacidad para estar en muchas partes al mismo tiempo, metafóricamente hablando. Los que gobiernan duermen poco, y algunos en particular, mal (algunos gobernantes encuentran solaz en mantener azuzados a sus subalternos llamándolos por teléfono a deshoras).

Un humano sometido a tales exigencias tiene que contar con un plan de soporte para poder funcionar adecuadamente. No solo se trata de tener un régimen adecuado de alimentación y bienestar físico, sino de un mantenimiento de la cabalidad mental y el equilibrio emocional: un presidente bajo estrés, con poca capacidad para manejar sus emociones, y con propensión al temperamento colérico, termina tomando decisiones pobres y desempeñando un trabajo contraproducente: ahí tienen a Calderón.

En cambio, un mandatario que se da tiempo para reflexionar, para observarse a sí mismo, para hacer más eficientes sus procesos físicos y mentales (o somáticos, usando la acepción moderna del término, usada por Feldenkrais y otros estudiosos del potencial humano) y para cuidar su salud mental, funcionará mejor para sí y para los otros, y no solo será un mejor gobernante, sino también un ser humano más feliz.

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