Conciencia

viernes, 12 de marzo de 2010

CircoMaromayTiatro s02 e04: El Reventour en Colima: Jaguares


I: Lo musicalLlegué al estacionamiento de Zentralia pasadas las 10 de la noche, con la intención de ver solamente a la última banda. No me interesaban ni Fobia ni Zoé, y de hecho, iba no para ver a los Jaguares, sino a los dos Caifanes sobrevivientes: Saúl Hernández en la voz y guitarra, y Alfonso André en la batería. Desconectado como he estado de ellos por tanto tiempo, pensaba que Diego Herrera estaría en los teclados, pero no, el veterano músico fue sustituido por una laptop desde la que se lanzaban secuencias melódicas, (notablemente el clásico arreglo de cuerdas con que termina Mátenme porque me muero). Lo primero que me sorprendió al ingresar al lugar fue la cantidad de gente que asistió al concierto (dicen que 20 mil); lo segundo, la cantidad de alcohol que se estaba bebiendo adentro, lo cual tenía su lógica considerando que era una cervecera quien patrocinaba el numerito, pero no dejaría de ser un factor para los problemas, como se vería más tarde.



Los Jaguares arrancaron con un par de temas de ellos mismos que no tuvieron tanto impacto como cuando empezaron a insertar en el repertorio una que otra de los Caifanes, que fueron las más coreadas por el público, sobre todo el de mayor edad. Muchos chavitos brincaban y gritaban, pero pocos se sabían las letras de las canciones de Caifanes (es cuando uno se empieza a sentir viejo) más allá de un verso del coro. Con todo y que ya no es lo mismo 20 años después (sobre todo para la voz de Saúl), uno como fan nostálgico no puede evitar las emociones y los recuerdos que disparan cada tema, y en ese sentido, el concierto fue disfrutable.

En el estricto aspecto musical, la presentación de Jaguares fue regular, tirando a pobre. El guitarrista actual es César “El Vampiro” López (a quien recordamos a principios de los 90s con Maná) que indudablemente tiene oficio, pero que no es comparable ni con Alejandro Marcovich ni con José Manuel Aguilera. Marco Rentería en el bajo es efectivo a secas, sin la finura de Federico Fong o, yéndonos de nuevo más atrás, la maestría de Sabo Romo. Hay cosas que se extrañaron sobremanera, como el solo de guitarra de Afuera, uno de los fragmentos más bellos musicalmente hablando de los antiguos Caifanes. Ese requinto clásico (que, dicho sea de paso, evoca intencionalmente la música indígena mexicana) fue sustituido por ruido. Ruido entre la batería y los riffs de Saúl Hernández, además de un presunto solo de bajo que nunca se escuchó porque la sonorización también tuvo sus detallitos. Me dice un amigo que es posible que los Jaguares ya no toquen ese requinto porque originalmente éste es de la autoría de Alejandro Marcovich, y puede que haya asuntos legales de por medio. Será el sereno, pero es una lástima, porque la mitad de esa canción es, justamente, el solo de guitarra.

Por otra parte, la falta de un tecladista también se sintió, pues varias canciones sonaban vacías, con huecos, que a falta de algo mejor, eran rellenados con ruido, al estilo de Manu Chao y Radio Bemba cuando tocan sin los metales. Como músico me sentí un tanto estafado con esta alineación trunca, pues buena parte del estilo de Jaguares (y antes, de Caifanes) se recargaba en las atmósferas de Diego Herrera, y esto fue muy evidente en temas como Ayer me dijo un ave, que de cálida caricia melódica pasó a rockcito movido común y corriente, sin chiste, sin nada qué aportar en lo musical, más para cumplir el compromiso, traicionando la letra y la intención original de la pieza.

Los Jaguares, eso sí, siguen conservando algo que es admirable desde la época de los Caifanes: una mexicanidad en su manera de hacer rock. En Nubes uno encuentra reminiscencias de una guapachosidad costeña, y en algunas otras piezas hay guiños a lo tradicional mexicano, sobre todo gracias a la habilidad de Alfonso André, que es el más sólido de los cuatro músicos en el escenario, y que además sostiene una parte importante de lo vocal al hacerle segundas (y a veces primeras) voces a Saúl, a quien los problemas de salud, la edad (y chance y los excesos) le han pasado ya la cuenta.

El público se quedó con ganas de escuchar La negra Tomasa (sin teclados y sin metales no veo cómo hubieran podido hacer una versión decente) y algunas otras clásicas de Caifanes, pero en general la gente se fue contenta, sobre todo después del encore en el que entonaron Sombras en tiempos perdidos (que pocos coreamos) y La célula que explota, en la que Saúl, mañosamente (ya la voz no da para tanto), transfirió al público la responsabilidad de las notas más elevadas. En corto, el concierto estuvo bien, a secas, considerando lo que pagamos: nada. Si hubieran cobrado por ese espectáculo, sí me hubiera sentido traicionado.

II: Lo etílico

A la salida del concierto hubo un par cuestiones que nos dejaron a muchos con mal sabor de boca, y que evidenciaron carencias y omisiones en la organización. Por una parte, el hecho de que la salida era por dos puertas muy angostas, lo que provocaba una aglomeración y un apretujamiento que se podrían haber evitado si las vallas de contención hubieran sido retiradas al final. Ese apretujamiento se combinó con las cantidades industriales de alcohol que se consumieron al interior del evento, y con la otra carencia: la falta de vigilancia, si no policíaca (ya sabemos que en estos eventos los policías no son muy bienvenidos que digamos por los asistentes), sí al menos por algunos elementos de seguridad privada.

Cuando logré salir del cuello de botella, fui testigo de un suceso deplorable y de ésos que dan vergüenza ajena por lo bochornoso: un joven muy alcoholizado empujó “por divertirse” a un señor ciencuentón, con su esposa y dos hijos (menores de 12 años ambos), que iba a mi lado. El señor giró y le reclamó el empujón artero al muchacho, que se puso bravucón y lo retó con una retahíla de insultos que el señor no aguantó, de modo que en cosa de segundos ya estaban los dos trenzados a golpes. Duró poco el encontronazo, y el que salió más lastimado fue el joven, que no se quedó con las ganas y de inmediato convocó a dos amigos suyos, igualmente borrachos, y se fue tras el señor, a quien alcanzó en el estacionamiento, unos 30 metros más adelante. Sin mediar muchas palabras, los tres muchachos se le dejaron ir a golpes al señor y lo tundieron ante los gritos de la esposa y los niños, para después irse caminando tranquilamente, sin que nadie se interpusiera en su camino.

En un evento donde se va a vender tanto alcohol (y no solamente a los mayores de edad, adentro había muchos adolescentes bastante borrachos) es importante que también se tomen las medidas de prevención correspondientes. A la salida de la plaza solo había un agente de tránsito que ni siquiera tenía prendida su lámpara y que más bien trataba de hacerse chiquito junto a su moto en vista del caos y de los nudos de tráfico provocados por tantos carros, no pocos de los cuales iban conducidos por choferes que todavía traían la cerveza en la mano. El agente hacía como que no veía nada.

Si la Plaza Zentralia va a seguir realizando eventos de este tipo, debe tomar en cuenta medidas de seguridad y de control del alcohol, no solamente por el bienestar de los asistentes, sino por su propia imagen, que hasta este evento había sido muy buena a la hora de organizar conciertos.

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