Conciencia

martes, 2 de marzo de 2010

CircoMaromayTiatro e03 s02: Gregory Rabassa, Salvador Cabañas y Roger Bacon



I: Esquizofrenia
Hace algunos meses estaba leyendo la autobiografía del traductor Gregory Rabassa (If this be treason, translation and its dyscontents. New Directions Books, New York, 2005) y, cuando más encantado estaba por la fina prosa de Rabassa, su humor sutil, y su entendimiento íntimo de las relaciones entre la gramática y la idiosincrasia de cada cultura, me topé con un párrafo que me hizo rascarme la cabeza y pensar, injustamente, “don Gregory ya está chocheando”. De acuerdo al académico norteamericano (soberbio traductor de Cortázar, García Márquez, Lezama Lima, Vargas Llosa y otros clásicos del boom), “se ha aseverado que una persona que ha perdido el habla debido a un derrame puede todavía comunicarse en un idioma extranjero que haya aprendido porque éste se halla alojado en una porción diferente de su cerebro”. De esa afirmación, Rabassa se agarra para reflexionar, muy poéticamente, que un traductor, al pasar de un idioma al otro, se convierte también en “una persona diferente, funcionando con una diferente parte del cerebro”. De este modo, “el pobre traductor no solamente debe andar de ida y vuelta entre dos idiomas, sino que, si es digno de su llamado, debe también trasladarse entre dos seres, con todos los riesgos de esta esquizofrenia inducida”.



De entrada, y siendo que yo me gano la vida como traductor, me pareció una bella imagen, pero luego, reflexionándolo más fríamente, me dio la impresión de que se trataba de una afirmación seudocientífica usada para embellecer la nobleza del oficio. Ciertamente es notable la diferencia de lo que se puede decir y cómo se puede decir en un idioma y otro, pero de ahí a sentirse “otro ser”, hay una gran distancia. Lo de recuperar el habla en un idioma aprendido después de la lengua materna me pareció, en ese momento, una presunción realizada por alguien que sabe mucho de idiomas, pero que no parecía estar muy enterado de anatomía y fisiología. Así lo creí, inocentemente.

II: Dos meses después
Cuando el futbolista Salvador Cabañas sufrió la agresión que ya sabemos, originalmente los médicos informaron que la bala había quedado alojada en el lóbulo izquierdo del cerebro. Al recobrar la conciencia el jugador, dicen, sus primeras palabras fueron en guaraní. En entrevista para Proceso, el jefe de Servicios de Neurología del Hospital de La Raza, Miguel Ángel Sandoval, explicó que, si en efecto la bala hubiera estado en el hemisferio izquierdo (porque luego resultó que estaba del otro lado), y el primer idioma de Cabañas fue el español, tenía lógica que sus primeras palabras fueran en la que, presumiblemente, sería su segunda lengua, pues ésta se encontraría almacenada en el hemisferio derecho del cerebro.

Aún más, se extendió el médico, “si a mí me lesionan el hemisferio cerebral del lado izquierdo voy a perder el español, pero puedo conservar el lenguaje secundario, que es el inglés”. Claro, el tema de cuál es el primer idioma de Cabañas queda en la penumbra ahora que “la bala se movió”, pero el punto se mantiene: si uno pierde su idioma original, siempre queda la posibilidad (en caso de que el daño cerebral no sea total, sino localizado del lado izquierdo) de poderse comunicar en una segunda lengua, “un argumento muy elocuente para aprender otro idioma”, dice Gregory Rabassa. Total, que yo estaba en el error, y lo que me parecía fantasía poética resultó ser realidad fisiológica. En efecto, hay estudios médicos que señalan que las partes del cerebro que se activan al hablar en la lengua materna son distintas a las que usamos al expresarnos en un idioma aprendido después de los 7 años. Daniela Perani et al. indican que “algunas áreas del cerebro son moldeadas por la exposición temprana al idioma materno, y no son necesariamente activadas por el procesamiento de un segundo idioma al cual pueda (el individuo) haber estado expuesto por un tiempo limitado posteriormente en la vida”.

III: Doctor mirabilis
Cuando Roger Bacon estudiaba en Oxford, allá por el siglo XIII, se dio cuenta de que la educación de entonces tenía un grave defecto: los profesores no leían a los filósofos clásicos en sus versiones originales, sino solamente en traducciones, ya que nadie se interesaba por aprender griego. Lo mismo pasaba con las Escrituras: los textos sagrados eran conocidos solamente en traducciones que, a los ojos de Bacon, dejaban mucho qué desear. Esta indolencia se reflejaba en otros aspectos de la educación de la época, pues el escolasticismo imperante se basaba más en la tradición y en las opiniones emitidas por autoridades inapelables que en la observación de los fenómenos de la naturaleza y en la investigación original. Así, Roger Bacon se avocó, primeramente, al aprendizaje de lenguas: el árabe para entender los textos científicos producidos en naciones islámicas; el griego para acercarse a Aristóteles, figura clave en la conformación del cristianismo de la época; y el hebreo para conocer de primera mano los textos bíblicos. Según la Enciclopedia Judía, antes de Bacon no hubo más de tres teólogos cristianos que hubieran leído la Biblia en su texto original, y el filósofo inglés se adelantó a la corriente hebraísta que llegaría a Europa 200 años más tarde.

Fray Guillermo de Baskerville, personaje de El nombre de la rosa, clama “¡Tenía razón Bacon cuando decía que el primer deber del sabio es estudiar lenguas!”. En la Edad Media, el estudio de los idiomas tenía una utilidad más bien académica. En el mundo contemporáneo, resulta ya un cliché hablar de la necesidad de hablar más un idioma aparte del propio (y al decir un idioma nos quedamos cortos). Por cuestiones de desempeño profesional, todo universitario que se respete debe hablar cuando menos inglés, además del español. Ahora, gracias a las modernas técnicas de escaneo cerebral, el aprendizaje de una segunda lengua se nos presenta también como una suerte de seguro médico, una garantía para la comunicación futura, por si las moscas.

Esta columna (y otras muchas) están en hipertexto en la red: www.ErnestoCortes.com. Los leo: Ernesto@CuerdaCueroyCanto.com. La novedad instantánea: www.twitter.com/ErnestoCortes.

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