Conciencia

martes, 10 de noviembre de 2009

Martes 10/nov/09: Sarkozy, Clinton y las mentiritas

I: Buenos días
A don Eduardo Panduro le encantaba la cacería. Tenía una impactante colección de armas y muchas historias surgidas de sus aventuras con la escopeta al hombro. Yo era un niño cuando él ya era un anciano que vivía sus últimos años con una alegría contagiosa y un gusto ejemplar por el canto y la fiesta, pero igual hay dos o tres cosas que recuerdo bien de él. Cuando había una reunión y él tomaba la palabra, usaba el micrófono para dos cosas: cantar, o contar historias de cacería. Eso sí, don Eduardo era muy astuto: antes de empezar a contar una anécdota que implicara armas, venados y tigrillos, sondeaba a los presentes: “A ver fulanito, ¿tú estuviste esa vez? ¿Y tú, sutanito? ¿Tú tampoco, menganito? ¿Nadie? Ah, muy bien, entonces sí les puedo contar”, y se lanzaba a la narración de historias gloriosas, previa seguridad de que nadie pondría en duda sus desmesuradas aventuras, que tenían más de ficción que de realidad. Total, como dijo aquél, “tú échale Coyote, el papel aguanta”. Las palabras misteriosas de hoy son: mentiritas, políticos, quemadas.

II: “Hubieran visto, ya nos andaba”
El año pasado, cuando andaba en plena campaña contra Obama, a Hillary Clinton se le hizo fácil inventar una historia de balazos: contó cómo 12 años atrás, siendo primera dama, había visitado una convulsionada Bosnia: “Recuerdo que aterrizamos bajo fuego de francotiradores, se suponía que habría una ceremonia de bienvenida, pero en vez de eso tuvimos que correr con las cabezas agachadas hacia los vehículos”, declaró la precandidata presidencial. Para su mala suerte, varios periodistas la habían acompañado en ese viaje, y había testimonios, fotos y videos que contradecían totalmente la versión de Clinton: tuvo una recepción tranquila, con niños vitoreándola y dándole besos, y más tarde incluso participó cantando en un concierto para las tropas en el que estuvo la cantante Sheryl Crow. El fotógrafo del NYT Doug Mills, quien la acompañó entonces como trabajador de AP, dijo, 12 años después, “No recuerdo ninguna conmoción en el aeropuerto. No la recuerdo corriendo hacia ningún carro. Si eso hubiera pasado, le hubiera tomado una foto”. Clinton tuvo que admitir que había exagerado y se llevó una quemada que dio mucho para la diversión con los comediantes de la tele, y que fue bien capitalizada por el equipo rival.

III: “Así es chamacos, yo estuve ahí”
Ayer, emocionado como todos los europeos por el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, al presidente francés Nicolas Sarkozy se le hizo fácil inventar una historia de protagonismo a toro pasado: publicó en su Facebook (oh sí) una foto donde, acompañado de Alain Juppé, entonces líder del partido conservador RPR (del que Sarkozy era secretario general adjunto) aparece dándole unos picotazos al muro, según su propia narración, el 9 de noviembre de 1989.

Sin embargo, pronto salieron a la luz contradicciones respecto a la historia, pues aunque según Sarkozy salieron de Francia la mañana del 9 para participar en el derribo del muro en la noche, en realidad a esas horas nadie (ni Helmut Kohl, que andaba en Polonia) sabía que caería el muro, en ese momento todavía no había circulación libre Oeste-Este, y esa noche los martillazos todavía no empezaban. Aún peor, en un libro publicado en 1993, Alain Juppé dice que el viaje a Berlín se realizó el 16 de noviembre (aunque ahora dice que a lo mejor sí fue el 9). Para acabarla de amolar, alguien en el diario francés Le Figaro se zambulló en la hemeroteca y encontró la prueba: el 9 de noviembre de 1989, Sarkozy y Juppé fueron a misa y luego visitaron la tumba de Charles de Gaulle en la población de Colombey-les-Deux-Eglises; de acuerdo a las notas que presenta este diario, no fue sino hasta sábado 18 de noviembre que Juppé anunció su visita a Berlín. Conclusión: Sarkozy hizo el ridículo de manera gratuita, por querer andar de entrelucido.

A los políticos que luego caen en la tentación de querer reescribir la historia para acomodarse mejor en la foto de la posteridad les haría bien seguir el ejemplo de don Eduardo Panduro, que antes de abrir la boca se aseguraba de que nadie más que él mismo pudiera contradecir su dicho. Luego andan quemándose por mano propia, y pero qué necesidad, como dijo aquel otro.

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