Conciencia

sábado, 8 de enero de 2011

Columna Lítica s02e03: Los motociclistas viajeros


I: Buenos días
Vladimir Alexeevich Yarets se instalaba junto a una de las salidas del Skytrain en el centro de Vancouver, y desplegaba un periódico mural con fotografías, mapas, banderas y recortes periodísticos de todos los lugares que había recorrido en su motocicleta. Vladimir era un bieloruso barbudo, eternamente sonriente y de aspecto bonachón que, recargado en su motocicleta, contestaba a todas las preguntas de la gente y para todos tenía conversación. Cuando lo conocí, allá por agosto del 2003, Yarets llevaba tres años viajando alrededor del mundo, habiendo partido de Minsk a los 59 años de edad. No era su primer viaje: desde 1967 se había dedicado a navegar carreteras, y a lo largo de tres décadas había recorrido todas las repúblicas de la Unión Soviética. Con esos andares a cuestas, en el 2000 se impuso una meta: convertirse en la primera persona sorda y muda de nacimiento en darle la vuelta al globo. Las palabras misteriosas de hoy son: hic sunt dracones.

II:” Y ahí va / parte del aire”
Sus primeras fotos, de finales de los 60s, son en blanco y negro; lo muestran lampiño y delgado, sonriendo en algún poblado anónimo de Uzbekistán junto a una anciana desdentada que mira la cámara con desconfianza. Una foto de 1969, tomada por él, muestra a un viejo de barba blanca y grueso turbante que posa, sobre su burro, junto a la primera moto de Yarets, que ya acumulaba nombres de países sobre el parabrisas, todos escritos en caracteres cirílicos.
El periplo iniciado en el 2000 lo llevó primero por parte de Asia y toda Europa, luego estuvo en Marruecos, y de ahí viajó a Venezuela, para después saltar por algunas islas caribeñas. Continuó por los Estados Unidos y Canadá, y eventualmente recorrió todos los estados de la Unión Americana, incluyendo Alaska y Hawaii. Pasó veloz por México y estuvo en Centroamérica. Luego fue Oceanía, haciéndose noticia en Australia y Nueva Zelanda; después voló a Japón, anduvo por varios países del Pacífico asiático, y luego se paseó por algunos territorios del mundo árabe. Más tarde atravesó Europa, dio un salto a Sudáfrica y de ahí otro a Chile, para dar cuenta de Sudamérica, incluyendo tres días alrededor de la Isla de Pascua, en una motito rentada ahí.
Actualmente Yarets anda de regreso en Europa, parece que ya más por placer que por récord, porque es su tercera vez recorriendo el continente, y gracias a los videos en Youtube y a su página web, el hombre es conocido y bien recibido dondequiera que va. A Vladimir Yarets solo le falta una parte del globo para completar su meta: el gran continente Africano.
III: Los viajes ilustran con sus fiebres
Nick Jones llegó a Colima, México, tras algo más de 800 días de viaje en Rudolf, la motocicleta de 125 cc en la que salió de Gales con la intención de no volver hasta haberle dado la vuelta al mundo. Abrí la puerta de mi casa y ahí estaba, con los ojos todavía inyectados de camino y cubierto de lodo hasta las orejas; “creí que era un charco y resultó que casi eran arenas movedizas”, me explicó al contarme un incidente que había tenido más temprano ese día. Nick me había contactado a través de CouchSurfing.com, una comunidad de viajeros que nos ofrecemos hospedaje gratuito mutuamente, pidiéndome asilo por unos días en Colima mientras arreglaba su moto; yo acepté con gusto su solicitud.
Todo había empezado como un proyecto de darle la vuelta a Inglaterra en bicicleta, en compañía de un amigo suyo, años atrás. Luego la idea creció a atravesar África, desde El Cairo a Ciudad del Cabo (incluyendo Europa, ya encarrerados), así que se pusieron a entrenar, hacer listas del equipo necesario, trazar rutas y preparar los papeles que requerirían para el viaje, pero sucesivas lesiones y problemas físicos fueron retrasando la fecha de partida hasta que, llegado un punto, decidieron cancelar la propuesta. Sin embargo, a Nick le había quedado la inquietud, así que se compró una motocicleta y se dispuso a realizar el viaje en solitario, ahora en plan motorizado.
Nick cuenta que las primeras semanas, atravesando Francia, fueron las más difíciles, por la soledad y la depresión. Además, estaba latente la preocupación por lo desconocido en el camino que se extendía al frente, y la certeza de que eventualmente habría experiencias difíciles. “Sabes que te van a pasar muchas cosas, que te vas a perder, te van a robar, te vas a enfermar, se va a descomponer la moto, todo eso va a pasar durante el viaje, solo es cuestión de tiempo”. Nick se dio espacio para trabajar un par de semanas pizcando uvas en Francia, y continuó su viaje por Europa, rumbo a Turquía, para luego pasar al Medio Oriente y, finalmente, a Egipto.
África fue una aventura llena de contrastes. Desde los peligros de ser un hombre blanco en antiguo territorio colonial hasta las sobrecogedoras bellezas naturales del continente, pasando por encuentros fascinantes con grupos humanos y animales que no serían imaginables en su tierra natal. Zigzagueando para evitar las zonas particularmente peligrosas, Nick atravesó, literalmente, selvas y desiertos a lo largo de ocho meses, mascullando un poco de swahili sobre la marcha y sobreviviendo al calor, los insectos ponzoñosos, las tormentas de arena, las comidas y bebidas exóticas y los riesgos de internarse en tierra tan ajena, de no hacerle caso al mapa que dice “here be dragons”.
Fue apedreado varias veces en Etiopía, donde también le robaron ropa y equipo en más de una ocasión; tuvo que ser operado de emergencia en un hospital de Nairobi; fue arrestado por la policía egipcia, nunca supo bien por qué; tuvo que rehacer varias veces los caminos porque los mapas simplemente no correspondían a la realidad orográfica; le pasó de todo, pero finalmente llegó en una pieza a Ciudad del Cabo, donde al avistar Table Mountain se planteó una pregunta: “¿Y ahora para dónde?”.
Necesitado, en primer lugar, de dinero para financiar el resto del viaje, investigó, sopesó opciones, y decidió que el siguiente paso sería Corea, donde podría trabajar como maestro de inglés. Ir por tierra quedaba descartado, pues China no permite la entrada a motocicletas extranjeras, de modo que tuvo que embarcar a Rudolf y tomar un avión. Así, pasó un año en Corea, trabajando, ahorrando, conociendo la cultura, tomando fuerzas para la siguiente etapa.
Oakland, en Estados Unidos, fue el siguiente punto de arranque. Con el sur en la brújula, llegó a Mexicali y de ahí se lanzó a atravesar la península. Un barco lo llevó a Sinaloa, y de ahí rodó hacia Chihuahua; bajó a Durango, Zacatecas, y luego Nayarit y Jalisco. En Colima se estacionó una semana, para hacer reparaciones a su motocicleta, descansar, escribir, y revisar mapas para trazar la siguiente parte de la ruta.
Pasamos buenas horas de compañía platicando y tomando té. Nick se dio tiempo en Colima para pasearse por los alrededores e ir a ver de cerca el volcán; fuimos a un concierto de Susana Harp, y quedó gratamente sorprendió con el Teatro Hidalgo; fue entrevistado para la televisión y para un periódico, y de ahí surgió el contacto con un fotógrafo que le pidió modelar para una sesión y le regaló una cámara; no le hizo remilgos a la cocina local y le entró a los tacos, las pellizcadas, las quesadillas, la salsa.
Se marchó tomando rumbo al volcán Paricutín, con la intención de llegar a la ciudad de México, y de ahí apuntar a la península de Yucatán. “No sé qué vaya a hacer cuando vuelva a Inglaterra, no me imagino si vaya a poder quedarme ahí”, me dijo uno o dos días antes de volver a la carretera. Para alguien que lo mismo ha contemplado el Eiger, en los Alpes suizos, que atravesado en solitario los 450 km del desierto de Atbara, en Sudán, debe ser difícil imaginar el regreso a la vida sedentaria al final del camino.
IV: Y ahí va / en libertad
Nick Jones ha cubierto 66 774 kilómetros desde que inició su viaje hace 821 días. La circunferencia de la Tierra es de 40 000 kilómetros, de modo que, en línea recta, ha recorrido el equivalente a haberle dado vuelta y media al globo. Pretende llegar hasta Tierra de Fuego, y luego volver a Inglaterra, aunque quién sabe si vaya a resistir quedarse quieto después de todo lo vivido.
Vladimir Yarets ha recorrido 302 279 kilómetros desde que comenzó a viajar, hace 43 años, en su natal Unión Soviética. Esos miles de kilómetros silenciosos, esa vida de Yarets dedicada a conocer el mundo entero, son el equivalente a la distancia que un haz de luz recorre en un segundo: apenas un tic en el reloj cósmico.
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Estamos en la red: ErnestoCortes.com.
Referencias: www.TalesFromTheSaddle.com, www.Yarets.com, en.wikipedia.org/wiki/Here_be_dragons
Soundtrack: Parte del Aire, Fito Páez, Argentina.



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